No pasa un día en que el Gobierno no aumente el gasto en esto o en lo otro.
A veces resulta obligado, como en la erupción volcánica de La Palma. Otras son más discutibles. Como el bono cultural para los jóvenes, cargado de razones puramente electorales. Y finalmente están las trasferencias autonómicas, singularmente las referidas a Cataluña.
Con unos Presupuestos que van a quedar cerrados cualquier día de éstos, no se entiende muy bien de dónde va a salir el dinero para las sucesivas e interesadas dádivas gubernamentales. Lo que es seguro es que el dinero que usa el Gobierno proviene de nuestros impuestos. Y ahí es donde está la trampa; en unos Presupuestos hinchados.
La partida de ingresos presupuestarios crece desaforadamente en teoría, sin aumentar significativamente los impuestos, basándose solamente en la mayor actividad económica de unas cifras hinchadas y que las previsiones de los diferentes organismos dicen que no se han de cumplir. O sea, que tenemos el déficit garantizado.
Otra anormalidad, menos visible si se quiere, es el tener ya dispuestos y asignados los 70.000 millones gratuitos de aportación de la Unión Europea, cuando en realidad le corresponde a la Administración española justificar cómo y cuándo van a ser utilizados dichos fondos, cuya elasticidad es del todo imposible.
O sea, que manejamos unas cifras que no se compadecen con la realidad. En otros países, cuando aumentan las prestaciones públicas, por la causa que sean, siempre se ponen a su lado las partidas que las financiarán y, si los Presupuestos están cerrados, llegado el caso, se incrementan esas partidas pero se recortan otras prestaciones. Lo importante es que al final los números cuadren.
Aquí, está visto, los números se manejan a voleo, con la pretensión de que cuando fallen nadie se acuerde de la falta de previsión y se encuentren explicaciones, si no mágicas, sí de una inexorabilidad que exonere de su incumplimiento a los malos gestores que tenemos.