Me vienen a la mente las palabras de un artista que al explicar su obra decía que en la búsqueda de respuestas ante los problemas de la existencia, lo que encontraba eran interrogantes.
Estoy mirando el mundo que me rodea y por doquier surgen problemas. Interrogantes ocultos en la apariencia de las cosas que queremos desvelar y, con prepotencia impertinente, dar soluciones infinitas. Ingenuidad la nuestra que nos creemos dioses y la soberbia anula nuestro intelecto.
El sabio es consciente de que cuanto más respuestas busca, más interrogantes encuentra. Es la vida y por eso es sabio. El ignorante, en su ignorancia de vodevil, da soluciones a todo lo que se presenta. El problema es que la solución se da antes de ser interrogado en su interior. ¿Ausencia de saber?; no, abundancia de ignorancia. Triste destino del ignorante que responde, o cree responder a todo, sin saber de nada. Es una ficción de sombras entre las que vive y se cree superior.
El hombre es el interrogante infinito. Siempre hay un porqué que nueve nuestro instinto y, cuando este porqué no aparece en la vida del hombre, no hay más remedio que optar por dos cosas que pueden dar respuesta a este dilema de la ausencia de signos de interrogación: o la ignorancia inunda su existencia haciéndola vacía, o la muerte ya se ha adueñado de su ser. Esta es la realidad. Interrogarse es vivir, desvelar inquietudes, vida vivida con intensidad, existencia fructífera. Tuve un profesor de Lógica que siempre insistía en esta idea de la necesidad que tiene el hombre a estar interrogándose siempre. Con su ironía y dominio de las sentencias decía que "el hombre que no tiene problemas, huele a muerto". Exactamente así es la vida del necio que no pone frente a sí los signos de interrogación para desvelar en cada instante el mundo que le rodea. Interrogar es vivir, auscultar la Naturaleza es dar sentido a tu existencia. Racionalidad despierta, anhelo de libertad. Buscamos soluciones, sí, pero encontramos preguntas que nos mueven en un sin fin de la vida vivida con el sentido de la intelectualidad.
No podemos renunciar a lo que somos: interrogantes de existencias vividas en un mundo de opacidades. Si nuestra ocupación no es desvelar, romper muros, unos y otros, interrogar al mundo, nos encontramos en la inercia de la ignorancia.
Problemas, sí, los que sean, aquellos que nos mantienen vivos. Y en esta lucha por encontrar respuestas, una máxima que deberá ser también guía de nuestra lucha: ni rendición ni soberbia. Porque rendirse es morir y la soberbia adormece el intelecto. Creerse como los dioses, que lo pueden todo y lo saben todo, es dormirse en las fauces del Olimpo. Aburrimiento de vida. Inercia de existencia vivida en la desidia de la opulencia.
Problemas, interrogación, inquietudes y búsqueda, razones de nuestro intelecto para hacernos cada vez más hombres despiertos a la vida. Existencia dinámica. Salir de la caverna solo se consigue con ese esfuerzo por la interrogación. Si no pregunto, si no inquiero, me abandono al mundo de las sombras, me acomodo en la oscuridad.
Admiración por todo, búsqueda de la respuesta oculta en lo oculto de la existencia que se manifiesta en nuestros interrogantes. Un sin fin de búsquedas, problemas por desvelar, inquietudes. Esta es una vida vivida en plenitud, aunque, es cierto, que a veces se nos plantean retos tan inmensos que hacen tambalear toda la fuerza que mueve el interior. La alternativa es devastadora: muerte física o intelectual. La primera es la naturaleza la que obliga. La segunda, muerte intelectual: vida adormecida, talentos malgastados, aburrimiento en el Olimpo de la existencia