Siempre se ha dicho que, taurinamente, el invierno era el tiempo de los cónclaves y los acuerdos, de encarar las situaciones conflictivas y solucionar los problemas, bueno, si no de resolverlos, porque hay problemas enojosos que solo se arreglan con voluntad y paciencia, sí cuando menos de encauzarlos, sin volverlos la espalda, ni dar la callada por respuesta, ni hacerse los desentendidos, aferrados a la política del avestruz. Y eso, que siempre fue así, ahora resulta aún más necesario que nunca, porque el toreo y los taurinos están/estamos enconada y peligrosamente acosados desde fuera mientras haciendo desde dentro quienes pueden y deben, en lugar de entenderse, hacen la guerra por su cuenta, como si la situación fuera propicia para los egoísmos y los enquistamientos de cada sector
Lo primero es lo primero, lo segundo será cuando se haya resuelto aquello y lo tercero tocará después, si toca, porque la clave para que la Fiesta siga descansa en encontrar el remedio para lo principal, que es lo primero.
¿Y qué es lo primero? Pues Jesús Hijosa, presidente del Foro de la Promoción, Defensa y Debate de las Novilladas y alcalde desde hace cerca de cinco lustros de Villaseca de la Sagra, lugar de Toledo que anualmente saca adelante el Alfarero de Oro, uno de los ciclos novilleriles más consolidados y de mayor prestigio, ha puesto el dedo en la llaga al manifestarse rotundamente, llamando al pan, pan, y al vino, vino o, si se prefiere, cogiendo por los cuernos el toro de la economía, cuyos números son de cornada muy seria: por término medio, una novillada sale por no menos de cuarenta y cinco mil eurazos y “no hay ayuntamiento ni empresario que soporte ese gasto”, como bien sabemos todos los que hemos tenido interés en enterarnos, y de lo que yo mismo doy fe a partir de datos contrastados.
Cuarenta y cinco mil eurazos, repito, en el debe. ¿Y en el haber? Pues echando las campanas por alto pensemos, por término medio, en que pasen por taquilla de mil a mil quinientos aficionados y sólo en contadas plazas, como la de Villaseca de la Sagra, en torno a dos mil, pagando los billetes a diez, doce o a lo sumo quince euros, que lo demás, de haberlas, son excepciones.
La pregunta es tan evidente como demoledora: ¿Qué corporación municipal puede plantearse la pérdida garantiza de veinte o treinta mil euros por novillada? Si en otros tiempos eso fue posible, que no deseable, sencillamente hace temporadas que dejó de serlo. Y en cuanto a los empresarios, pues más de lo mismo, sólo que peor, porque tamaña ruina no hay cartera particular ni bolsillo privado que lo resista.
Así pues, se impone reducir gastos, y reducirlos drásticamente, lo que ineludiblemente pasa por ajustar la composición y los honorarios de las cuadrillas, llevando los convenios del papel a la realidad. En eso y en afinar los gastos complementarios, sin tocar a la baja el precio de los novillos, que ya está en el límite, y procurando que los novilleros se lleven algo. Y no como ahora, que nada menos que en Las Ventas, tras jugarse la vida con astados de infarto, si acaso los queda para compartir una pizza con un par de amigos.
Y sin novilladas, que nadie se engañe: antes o después adiós a las corridas. Frente a ese horizonte funeral, Hijosa, que se conoce y sufre la situación, cree posible reducir el gasto en cerca de un treinta por ciento, reducción que haría económicamente viables las novilladas. Sus cuentas están bien claras y parecen inobjetables, de modo que van a misa y en ellas descansa la única solución a la vista, la cual choca con la intransigencia de los sindicatos profesionales, una intransigencia que fatalmente desemboca en algo de pan para hoy y hambre canina para un mañana inminente.
Ellos sabrán, pero el tiempo pasa y no vuelve.