Este tiempo es un momento de familia, sentimiento, perdón y piel, todo está a flor de piel. Sentimientos que no nacen del solsticio de invierno, ni del consumo, ni de los políticos, sino de la celebración de un nacimiento, el de un niño pobre, sencillo, que cambió la faz de la tierra con un mensaje de amor, de paz y de igualdad, que lleva muchísimos años siendo perseguido por propios y extraños, pero que sigue calando en el corazón de las personas y que, con unos representantes que dejan mucho que desear, unos seguidores que no damos la talla, con el aire en contra y pese a todo, no ha habido, no hay y posiblemente no exista, otro ser que transformase tanto el sentir del ser humano con una simple, sencilla y profunda palabra: AMOR.
Con fe, o sin ella, nuestra cultura, nuestra idiosincrasia, nuestro modelo político, social y de vida está imbuido, calado y conformado gracias a la cultura que se genera en torno a quien sólo quiere un mundo de amor, en el que todos somos hermanos e iguales al padre. Luchar contra esto es intentar destruir nuestra esencia, nuestra cultura y, sobre todo, acabar con nuestro futuro en libertad e igualdad, por más que utilicen esas expresiones para engañarnos.
La familia tradicional no está contra otro tipo de familias, no es incompatible con ellas, pero sí conforma el único núcleo que permite no ya la conservación de valores y principios, que lo es, sino el que, en exclusiva, guste o no, es capaz de permitir el sostén, crecimiento y perpetuación natural de la especie. Rápidamente algunos dirán que el matrimonio está caduco, sin comprender que yo no hablo del matrimonio, sino de la unión de hombre y mujer como constructores de un proyecto de vida en común que permite la perpetuación natural de la especie con una estabilidad psíquica, social, económica y personal.
Otros modelos son igualmente respetables, pero no cumplen las expectativas sociales mínimas sin la aplicación de otros modelos, sistemas o técnicas que les permitan cubrir los mínimos que, como animales sociales, precisamos.
La familia, para obrar la construcción social, amén de la procreación, precisa, de forma necesaria, la perpetuación del núcleo con el que conceder solidez y garantía de seguridad al grupo social que se genera en torno a ella como unidad de familias que, poco a poco, construyen un grupo, como célula a célula conforma una estructura concreta.
Para sostener esa estabilidad, de la célula social, se requiere un ambiente óptimo, un entorno favorable, un interior gratificante para los componentes, es preciso el amor, la seguridad, la paz, el apoyo y el sentimiento de comprensión que de forma más intensa se debe de recibir en su seno para, de este modo, consolidar, fortificar y mantener en el tiempo la unión constructora, lo que además aporta a los componentes un nicho de desarrollo personal que se verá reflejado en el profesional, en las relaciones sociales y en el crecimiento interno de cada partícipe.
Esa tendencia social de eliminar los sentimientos religiosos de la Navidad va aunada con una voluntad manifiesta de eliminar a la familia tradicional como modelo social y acabar con los principios rectores de una sociedad culturalmente judeo-cristina, libre, democrática e igualitaria.
Se puede defender esa conciencia cultural cristiana sin tener fe, pues los valores que aporta y que han construido nuestro presente ningún mal generan, en ningún caso perturban y, sobre todo, son beneficiosos para la supervivencia social, lo que, unido a la falta de presentación de un modelo que demuestra mayores virtudes al presente, nos hace recelar de ellos.
Cuida tu familia, tu clan, tu entorno, tu núcleo de confort y estabilidad y recela de los falsos salvadores de la nada que destilan odio, rencor y pueden hacer mucho daño. Duda de los sacerdotes, curas, meapilas y santones que, utilizando la religión, pretendan someterte; pero, ellos, no son la esencia del cristianismo, sino su antagónico, busca el amor y encontrarás paz.
FELIZ NAVIDAD, que fiestas hay muchas a lo largo del año para felicitar.