Con la subida del IPC un 6,7% en diciembre todos somos más pobres. No sólo cada uno de los ciudadanos, que nos encontramos ante una cesta de la compra cada vez más cara, sino todo el mundo, incluido el Estado, cuyas previsiones hay que depreciar porque su dinero también vale menos.
Ese es el primer paso de un triste camino que nos lleva al empobrecimiento colectivo. Si ya los expansivos Presupuestos Generales eran inverosímiles, por el incremento artificial de los ingresos con unas cifras voluntaristas, ahora habrá que subir, a su vez, los gastos merced a la inflación. Es decir, que si los números no cuadraban, cada vez lo harán menos.
El segundo paso de ese camino hacia la quiebra del Estado lo propician precisamente esos Presupuestos llenos de gastos superfluos, o sea, que no tienen nada que ver ni con las atenciones sociales básicas ni con la recuperación económica pregonada a bombo y platillo. Todo se ha hecho con pólvora de rey, es decir, con los dineros de la UE que en parte son donaciones pero que en cualquier caso exigen un control de qué se gasta y cómo se hace.
Estamos, pues, metidos de hoz y coz en el camino del incumplimiento de las premisas presupuestarias. Y a eso tenemos que sumar un elemento más que amenaza nuestro horizonte: el desbocamiento de la deuda pública, con billón y pico de euros. Deuda que, como todas hay que pagar y que cada vez será más difícil hacerlo.
El Banco Central Europeo ya ha anunciado que en la próxima primavera cobrará la renovación de la deuda, lo que en el caso español supondrá un encarecimiento sí o sí, teniendo que detraer fondos de alguna parte para hacer frente a las deudas crediticias. O sea, que nos podemos poner al borde de la quiebra en sólo dos pasos como no empecemos a reducir los gastos inútiles que crecen en nuestra Administración de forma exponencial, debido al amiguismo y a establecer unas prioridades que nada tienen que ver con la realidad...