En psicología el término disonancia cognitiva se refiere a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. El término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas, todo los cual puede impactar en sus actitudes.
El concepto fue formulado por primera vez en 1957 por el psicólogo norteamericano Leon Festinger que planteaba que al producirse esa incongruencia o disonancia de manera muy apreciable, la persona se ve automáticamente motivada para esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, constituyendo una cierta coherencia interna. La manera en que se produce la reducción de la disonancia puede tomar distintos caminos o formas. Una muy notable es un cambio de actitud ante la realidad.
Nadie de nuestra generación podía imaginar que los analfabetos funcionales en nuestro planeta son más de un tercio de la población mundial e incluso más. Pero tampoco podíamos imaginar que la televisión, y sus productos derivados como el vídeo, el móvil, los ordenadores, etc. crearían una realidad virtual o una doble realidad. Un mundo cerrado en torno a una idea de paraíso y del horror que se alimenta a sí mismo en una especie de autoconsumo o de autointoxicación. Los que interactúan en las redes sociales sobre un tema creen que todo el mundo lo ve pero sólo lo ve el mismo círculo de siempre; muchas veces el circuito acaba en el punto de partida. El exceso de artificio, lo sensacional, la redundancia y demás elementos de sensibilidad aparente o infantil conforman los criterios de selección de las imágenes o contenidos. Los sondeos de opinión, las encuestas, las estadísticas proyectan cada vez más una idea poco definida de lo público.
La televisión no nos dice tanto como debemos ser sino cómo cree ella que somos perdiéndose en un falso dirigismo. Tan solo le queda el poder de atracción para coincidir, para discrepar o escandalizarse. A la televisión parece que cada día más le importa menos quiénes somos fuera del ritual del espectáculo, incluso la información meteorológica peca de lo mismo. La información se está encerrando en sí misma formando grupos que despiertan o aparecen de repente en situaciones de descontento o electorales.
Nadie busca la idiotización conscientemente. Los medios cada vez más solo comunican una sensación de apariencia, matan la sensación de soledad convirtiéndose en un paraíso suficientemente atractivo y consolador. La actual dinámica de la comunicación hace que la aparición, o no, de noticias resulte pocas veces inocente. Detrás siempre hay alguien interesado en que el público se acomode a su pensamiento. El medio parece que apoya o desautoriza, al periodista en la búsqueda de la verdad, siempre a las órdenes de quien paga. Se dan noticias de delitos, de atropellos, de sucesos en definitiva que un día sí y otro también, con unas estadísticas que en ocasiones acaban dando la sensación de que el estado de derecho no existe, o que vivimos ya en un pre-estado fallido. La luz que intenta proyectar la información sobre determinados temas, sirve al mismo tiempo, para que otras cosas pasen desapercibidas.
Entretener al periodista y al público, ofrecerle temas esponja, parece que es tanto como garantizar, que no se ocupará de lo que no debe. No hay nada más peligroso que un periodista aburrido y que no esté pendiente de aquello que tiene que estar pendiente: lo que normalmente se llamaba noticia y un público acomodaticio ante cualquier realidad que se le ofrezca.