Las coincidencias en la vida generalmente surgen de manera espontánea. Muchas pasan desapercibidas y muy poco o nada impactan en nuestras vidas. Pero, en otras ocasiones, la admiración por la conjunción de estos hechos despiertan la curiosidad en nuestra mente y nos hacen reflexionar sobre dichos acontecimientos.
En esta ocasión la conjunción ha sido integrada por la canción "Envidia" de los hermanos García Segura y el comportamiento que estos días se está dando en el mundo ante la mentira de un político o un deportista. Debo confesarles que he sentido envidia de esos países que hacen caer a sus representantes porque mienten una vez, o a deportistas porque no han dicho la verdad. Envidia, tengo envidia... de aquella democracia que no tolera que su Primer Ministro mienta al Parlamento, que obliga a dimitir a un alto cargo por haber presentado una tesis doctoral con párrafos copiados, que manda a su casa al administrador del dinero público que beneficia a sus "colegas", o que se enfrenta a todo un potente deportista porque ha mentido. Recuerden incluso la dimisión de Richard Nixon en el año 1974 por mentir al Congreso americano. En todos los casos hay un denominador común: la intolerancia a la mentira.
Es obvio que ya los hechos causantes de los escándalos (las fiestas entre "amiguetes", copiar la tesis doctoral, reparto de fondos públicos sin control o el "Escándalo Watergate") son motivos suficientes para que un político pierda su condición, se vaya a su casa él y todos los que de una u otra manera han consentido o han ayudado a tales tropelías. Pero, además, si lo ha negado una y otra vez en la sede de la soberanía popular, el Parlamento, no solo debe irse, sino que además debe ser desposeído de toda prebenda inherente al cargo que estaba desempeñando. Sin embargo, en España, "no pasa nada".
La mentira se ha instalado de tal forma en lo político que ya se da por supuesto que nos están mintiendo siempre. Han ganado lo que se llama "el relato" y lo admitimos como un hecho que viene dado de por sí en la política. Me niego a admitirlo. Me rebelo y pido que la sociedad despierte de este estado de adormecimiento generalizado. No podemos consentir que la mentira se instale como proceder en una de las mayores y más nobles artes, que diría Aristóteles: la POLÍTICA. Claro está que "el Filósofo" suponía que la ética desembocaba en la política, porque era una parte de esta ciencia para poder formar gobernantes virtuosos, buscadores del "bien común". ¡Ingenuo! La Ética se ha desterrado del panorama político y se ha sustituido por la "ideología". Es ésta la que juzga sobre la bondad o maldad de los actos. Una acción es buena si cumple con los objetivos ideológicos o permite alcanzarlos.
Ya no hay medio de determinar la bondad o maldad de las acciones de la clase política si no es a través de los intereses ideológicos de cada una de las partes. Con este presupuesto cualquier decisión, acción o propuesta tendrá la categoría de buena o mala según se ajuste a los intereses ideológicos. Más aún, el fin noble de la política por el cual se deben regir todos, que es la consecución del "bien común", queda prostituido. El bien común se ha restringido a "el bien de los míos", de los que piensan como yo o de los que me "bailan el agua" para poder seguir recibiendo prebendas, sueldos o subvenciones. Y en este panorama, mentir ya no es un delito, una falta. Mentir es una estrategia política para perpetuarme en el poder por exigencias de mi ideología. Esta postura corre un gravísimo riesgo. Al margen de enturbiar la convivencia social de los ciudadanos, puede convertirse en un "mesianismo" al considerarse los únicos capaces de establecer órdenes sociales dignos de ser vividos por los ciudadanos.
Esto excluye de la vida normal a todos los que no "comulguen" con esa ideología. Ejemplos de esta deriva de la política existen por doquier. Cualquiera que se enfrente a las directrices del poder queda señalado como "antipatriota", separado en un "gueto" lingüístico, fuera del reparto de prebendas, fondos europeos o subvenciones, víctima de un blasfemo "cordón sanitario"; o como ocurre en algunos países como Venezuela o Cuba, en la cárcel. Y todo empieza desterrando la Ética del quehacer político, sustituyéndola por la ideología y reemplazando el valor de la verdad por el de la mentira. A partir de aquí todo vale. Los ciudadanos corremos el riesgo de ser adoctrinados en un "pensamiento único" y convertirnos en dóciles sirvientes de su ideología cuan "estómagos agradecidos" y cerebros huecos. Por eso sigo proclamando: envidia, tengo envidia... de los sistemas democráticos que hacen caer a los mentirosos empujados, incluso, por los mismos correligionarios de partido.
Es necesario, más que nunca, reivindicar el valor de la verdad frente a la mentira, el pensamiento crítico frente al pensamiento único, las ideas frente a la ideología. Nadie escapa a esta exigencia de ciudadano libre. Medios para hacerlo los tenemos: el primero con nuestro voto.