Cuando tienes algunos años en el morral, comienzas a mirar hacia atrás y ver el valor de lo que te transmitieron, lo hecho, los errores y aciertos cometidos.
En este tiempo, hemos generado una acción solidaria y de servicios sociales, desde el sector público, que se ha construido sobre la fórmula de la caridad cristiana, despreciando lo hecho con esos valores, para transformarlo en una caridad bien retribuida que pierde el valor del altruismo para constituirse en un negocio.
Ese negocio se aborda, desde la izquierda, como un modelo estatalista de creación de clientelismos crueles y consagración profesional de los inútiles que no han soportado el mérito y capacidad pública o si lo han hecho ha sido no por mor de una solidaridad caritativa, sino de un lucro preciso. Desde la derecha, se construye como un negocio puro y duro, con la única perspectiva del beneficio, perdiendo el valor de la actuación con el prójimo necesitado.
En ambos supuestos, subyace un desprecio por el anciano, al que se tiende al aparcamiento para evitar la carga que ellos soportaron y que, ahora, a sus hijos les parecen de imposible asunción.
Se organizan residencias de ancianos, cambiando el nombre de asilos, en los que deshacerse de los mayores, sin considerar que estos, además de servicios básicos de higiene, cuidado, etc, también precisan unos servicios médicos y sanitarios, de los que carecen habitualmente los asilos, que no les son exigidos por la administración, que en los suyos tampoco los tiene, y que el sector privado no aporta por el coste que supone.
Cuando nuestro mayor ya no sólo precisa ser aparcado, sino que además precisa de una atención especial, momento en que tendrían sentido las residencias, el aspecto "asistido" se limita a habitaciones ligeramente más acomodadas al sector sanitario, el cuidado de un auxiliar de enfermería, a lo sumo una enfermera, y la consulta circunstancial y limitada en el tiempo de un médico.
Se echaron a las monjitas que residían junto con los ancianos, las que cubrían las labores de enfermería, con la preparación adecuada, las que escuchaban pacientemente a los abuelos y las que daban todo su cariño al residente... sobraban, no cubrían la solidaridad, sino que practicaban la caridad.
Llegó el covid19 y se puso de manifiesto que el modelo asistencial solidario de residencias, sustitutivo del modelo social caritativo de los asilos, no distaba en mucho y era aún menos operativo, pero resultaba muy útil para asumir la dirección, gestión de las residencias y culpar a las autonomías de las muertes y/o desde estas responsabilizar al Chepa de su falta de gestión, pero ninguno ha hecho nada para reconstruir el modelo, replantear las necesidades, cubrir las carencias, aportar ideas, modos y sistemas nuevos de acción.
Es la familia la que debe de asumir su responsabilidad y acoger a los mayores que, si precisan estar asistidos por alguna dolencia, puedan cubrir sus necesidades como ellos nos las cubrieron a nosotros cuando éramos pequeños. Hemos de reforzar el modelo familiar que se pretende destruir desde determinados sectores, hemos de fortalecer los valores de la unidad, servicio y cariño de la familia, aportando ayudas económicas, sociales, sanitarias y jurídicas que permitan, a ese núcleo básico en la construcción y sostén de la sociedad, cumplir sus funciones.
Es la sociedad la que debe de valorar el servicio, la experiencia, las vivencias, la historia, el trabajo que nos pueden transmitir nuestros mayores y que nos permitirá crecer evitando los errores del pasado. Hasta las culturas más antiguas respetaban a los mayores, ya en Roma se creó el "Senado" como modelo escucha de la sabiduría vivida, mientras que hoy se desprecia al mayor por feo, por viejo, por inútil, por inservible... craso error que nos llevará a la destrucción y el desmoronamiento social.
Una sociedad que no respeta a sus mayores, no respeta su pasado, no respeta su cultura, no respeta su experiencia y no se respeta a sí misma y, si no se respeta a sí misma, se encamina al fracaso, reiteración de errores y a la ruina moral.