Con el paso de los años el atractivo de los mítines y las promesas electorales se diluye como una piedra de hielo en un vaso de whisky. On the rocks, que cantaba Sabina con la guitarra de sus cuerdas vocales de ronquera y Madrid.
El deber. Eso que haces aunque nadie te vea. Eso que dejas hecho aunque no te lo pidan. Eso que eleva el espíritu de los pobres que sólo aspiran a cumplir con su deber. Aquello que hace a las sociedades mejores.
Cáritas ha hecho público un informe que alerta de que 1.450.000 jóvenes en España están en situación de exclusión grave. De esos que salen de la parroquia con bolsas de spaguettis y leche gracias a la caridad del barrio.
Lo leo en El País. Que se envuelve en el manto de un servilismo obsceno para comenzar la noticia diciendo que "la recuperación económica está encarrilada", mientras se despeñan esos renglones torcidos de Dios invisibles en los mítines por el barranco de una vida miserable en plena juventud.
La juventud es esa propiedad privada que se expropia cuando no existe el sentido del deber. Vistieron como ellos y se dirigieron a ellos como lo hacen con sus colegas mientras juegan a 'chupito', y con la bufanda morada y el puño en alto les convencieron de que diciendo jóvenes y jóvenas el futuro estaba garantizado. Pero el futuro sólo llegó a Galapagar.
El sentido del deber es pedir perdón a todos esos jóvenes a quienes se les ha robado el pan de la vida y la vida del pan. Y la de los festivales. Y la de las chicas. Y la vida de los veranos al sol, insultantes, sin miedo a esa utopía que hoy llaman futuro. Y la de su puño en alto.
Los jóvenes tienen hoy dos opciones para no morirse de asco en España, aunque YOlandísima no encuentre bien las palabras de cómo decirlo e Irene los quiera convencer de que el problema son las tetas, en un penúltimo intento de elevar su victimización a través del más absoluto de los ridículos.
Así que a los jóvenes sólo les queda dar un pelotazo con una startup o afiliarse a un partido político. Algo tendrá el agua cuando la bendicen que nadie quiere abandonar la política después de entrar en ella. El sentido del deber.
Más empleo, más industria, Podemos promete hasta una banca pública, mejor sanidad y cheques bebés. Carreteras, aeropuertos y que lo atienda a uno un médico en menos de 48 horas. Mañana otro puede que suba la apuesta.
Marketing obsceno con encuadres audiovisuales perfectos de todo el conglomerado electoral delante de unas ovejas que no diferenciarían de un chivo. Barros que no volverán a pisar hasta que Garzón les vuelva a hacer la campaña gratis convirtiendo sus opiniones sobre un alimento en Ley y señale con su dedo acusador a miles de familias de cualquier sector. Que para eso es ministro.
El sentido del deber. Ése que nos empuja a ayudar sin preguntarnos quién recibe esa ayuda. La razón como base de la moralidad universal. Hacer lo que es debido ajenos al ruido de ahí fuera. Lo correcto, libre de impostura. Lo que es correcto universalmente.
El deber pasa, dado que sólo operan con el dinero de nuestros bolsillos, por explicarnos cómo van a hacer todo lo que quieren hacer.
Ningún partido ha explicado aún si nos van a obligar a poner menos la calefacción en casa para poder pagar todos esos parabienes, o si lo harán reduciendo el gasto público político.
Somos rehenes de una fatiga social que engulle nuestra capacidad para defendernos, tras el goteo diario de una desfachatez que solapa la siguiente.
Nos despoja de nuestra integridad y decidimos fundirnos en los desmanes del otro, vía rápida para justificar que no hayamos parado a pensar nada de lo ocurrido. Nos permite no tomar parte por nosotros mismos, so miedo de ser acusados de egoístas. Poco inclusivos. Nada solidarios. Rehenes de la presión de una mayoría dominada por una minoría.
Nos gritan desde sus micrófonos que van a subirnos aún más los impuestos y nos levantamos de las sillas para aplaudir. Vienen a nuestras granjas a hacerse fotos en elecciones y no antes, y les abrimos las puertas de nuestro establo. Nos cambian los libros escolares cada año en la escuela pública para pagar medio sueldo año tras año en unos nuevos, pero aplaudimos un cheque bebé.
El cheque bebé es el pasaporte para su cheque, no para el tuyo.
Mientras, Mercadona ha subido el sueldo lo mismo que lo ha hecho el IPC para que sus trabajadores, al menos, no pierdan poder adquisitivo. Sentido del deber. Sin foto. Y de su bolsillo.