Menuda se ha armado en el PP por la guerra, ya nada soterrada, sino a cielo abierto, entre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y la dirección nacional del partido, con graves acusaciones mutuas o más bien gravísimas.
Y digo esto último, porque el secretario general del Partido, Teodoro García Egea, ha imputado a Díaz Ayuso de lanzar acusaciones “casi delictivas”. Es como decir que una mujer está casi embarazada. O está o no está. No sé qué asesores jurídicos tendrán en la dirección popular, pero el patinazo es de órdago, pues las expresiones o son delictivas o no lo son, no cabe el “casi”.
Pero es que, además, y ya entrando en el fondo del escandaloso problema, y lo que es realmente preocupante, es la impunidad con la que se sigue actuando en la Administración en el ámbito de la contratación pública, por muy regulada que esté y lo está. De nada o de muy poco sirve ello si los contratantes no actúan con honestidad y rigor y por el contrario tratan de eludir la ley, pues ésta siempre tiene trampas y, también, siempre hay un hermano, cuñado, primo o simple amigo que se benéfica de la adjudicación con la correspondiente comisión, que puede ser inclusive legal, pero que apesta.
La honestidad y la moralidad deben ser la pauta no escrita, pero imperiosa en estas transacciones donde lo que se juega es el interés público, o sea, el de todos, y donde no caben los subterfugios y las trampas para enriquecerse con el dinero que precisamente por ser público es el más sagrado.
Hay quien dice, y con razón, que los partidos políticos son una escuela de corrupción. Yo puntualizaría, que son algunos de sus miembros y, sobre todo, de dirigentes culpables de esta situación por activa o por pasiva, ya que la culpa in vigilando es lo más común en estos casos.
Lucio Anneo Séneca dijo con toda razón que “el honor prohíbe acciones que la ley tolera”. Ya que, efectivamente, hombres sin honor, como son algunos políticos, son los más peligrosos, aunque la ley no condene su conducta. Y donde se dice hombres ahora hay que decir también mujeres, por aquello de la igualdad.
Y todo esto, ¿por qué? Pues sin duda, la ambición por enriquecerse es la principal fuente de codicia corruptora. Séneca, igualmente, ante los escándalos y crímenes del Senado romano, también dijo hace muchos años, más de 2.000, que “nunca hizo rico al hombre el dinero, pues sólo le sirve para aumentar su codicia”. Sin duda, el filósofo cordobés debería ser estudiado por quienes nos gobiernan. Y no sólo eso, obligarles a aprenderlo y cumplirlo.