La mayoría de los políticos occidentales opinan que el conflicto de Ucrania será largo. Al menos, no se ha producido ya la guerra relámpago que según todos los analistas era la esperanzada creencia que tenía Putin.
Lo que no han dicho ni políticos ni analistas es cómo acabará la invasión rusa del país. Y no lo han hecho, simplemente, porque la mayoría da por supuesto que Ucrania será totalmente ocupada por las fuerzas invasoras. La diferente magnitud bélica de agresores y agredidos es tal que no hay demasiadas opciones para un resultado distinto. Eso se produciría pese a las sanciones occidentales y a la modesta ayuda militar de la Unión Europea al régimen de Kiev.
Esa falta de optimismo de la UE y de la OTAN no se hace pública porque en las guerras el factor psicológico es fundamental y no conviene anticipar previsiones pesimistas. Al contrario, los países occidentales operan como si sus sanciones a Moscú le harán ceder a éste en sus pretensiones anexionistas y en el cumplimiento de los objetivos que el Kremlin ya ha manifestado: desmilitarizar Ucrania y acabar con el régimen prooccidental al que califica de nazi y represor.
De cumplirse la hipótesis de una derrota de los agredidos, pese a su coraje y a la unidad nacional demostrada en torno a su Gobierno democrático, ¿cuáles son las expectativas de futuro?
Cabe pensar que los países occidentales tienen pensada alguna estrategia, pues no pueden apostar todo a que Putin dé marcha atrás una vez ocupado el país, vaciado éste de millones de refugiados que están huyendo de él y hasta impuesto un Gobierno títere, basado en la mejor tradición de las satrapías imperialistas. Es más, pese al bloqueo económico a Rusia, es difícil que ello llevara a la opinión pública de ese país a una rebelión pacifista y a oponerse masivamente a la invasión.
Lo que puede suceder, al contrario, es que Moscú, que ya tiene el precedente de haber reconocido a regiones separatistas de Moldavía y Georgia, se instale permanentemente en Ucrania y amenace a países que quieran entrar en la OTAN o a otros de lo que ella considera que es su zona de influencia.
O sea, que el conflicto creado por Putin puede ir a más y no a menos. Por eso, los países democráticos a este y al otro lado del Atlántico deben tener estrategias plausibles que contemplen y combatan esa eventualidad.