El secreto se guardó hasta el último minuto. Hasta ese momento, la sensación que transmitían las partes era que el pacto entre PP y Vox no había fructificado debido a las ambiciosas exigencias de la formación de Abascal. El nombre de Carlos Pollán Fernández se conoció al tiempo que la procuradora de mayor edad, la socialista Inmaculada García, pedía a los grupos políticos que indicaran si deseaban presentar candidato a presidir la cámara.
Pollán, graduado social y licenciado en Derecho, líder de Vox en León y exjugador de balonmano (presidió el club Ademar León), es también un empresario vinculado a tres empresas relacionadas con la computación, la actividad cárnica y la asesoría laboral y financiera, ubicadas en León y Vizcaya, según consta en el Registro Mercantil.
En principio, su perfil personal y profesional parece adecuado para presidir la cámara legislativa autonómica. No ha sido una persona que haya hecho de la política su estilo de vida (ya veremos en lo sucesivo) y es de agradecer que alguien con una trayectoria profesional consistente dedique algunos de sus años a la gestión de lo público.
Contrario al estado autonómico
Otra cosa son sus ideas. Pollán es el típico militante de Vox que no se desvía en sus declaraciones ni un ápice respecto a la línea ideológica marcada por la jerarquía nacional de la formación verde. Esas ideas las ha expuesto claramente en sus mítines durante la campaña electoral: contrario al estado autonómico, apuesta por la provincia y las diputaciones, reducción de instituciones públicas y del gasto político, nacionalismo español, rechazo de la Agenda 2030, etc.
Esa oposición al estado autonómico es justamente lo que hace paradójica su elección hoy como presidente de las Cortes de Castilla y León, de un parlamento que él y su formación abogan por liquidar si pudieran.
Claro que en estas contradicciones y otras incurrió ampliamente Ciudadanos durante la pasada legislatura. Los naranjas proponían suprimir diputaciones y chiringuitos de la denominada ‘administración paralela’, pero cuando llegaron al poder se olvidaron escandalosamente de todas sus promesas. No suprimieron ningún chiringuito, llegaron incluso a presidir alguna diputación, etc.
El PP de Fernández Mañueco ha tenido que claudicar finalmente ante las firmes exigencias de Vox. Lo contrario habría sido convocar nuevas elecciones, que le habrían causado más perjuicio aún, ya que todo apuntaba a que el más beneficiado sería Vox.
El precio de que Mañueco mantenga la presidencia de la Junta le saldrá muy caro al PP nacional. La izquierda tiene ya pólvora para arremeter contra Núñez Feijoo. Pero la política es el pragmatismo de los números. Unas cuentas que a Mañueco solo le salían con el pacto con Vox.
Tudanca ha vuelto a equivocarse
Solo el PSOE podía haber evitado este pacto. Luis Tudanca ha vuelto a equivocarse. Ha querido escenificar que el PSOE estaba dispuesto a apoyar la investidura de Mañueco, pero en el fondo no era así. Su papel en los próximos cuatro años será anodino, como el que los socialistas han tenido en la legislatura anterior. Su oposición será políticamente irrelevante y, tal vez, ni él mismo concluya la legislatura.
Claro que la decisión no la ha tomado Tudanca, se la ha impuesto Pedro Sánchez. Porque lo que más conviene al PSOE nacional, no nos engañemos, es el pacto de PP y Vox. Ya puede atarse los machos el presidente andaluz, Moreno Bonilla.
Como sucede siempre, entre el supuesto ‘interés general’ y el interés partidista, los partidos ya sabemos por qué opción se decantan. El caso de Vox presidiendo las Cortes de Castilla y León es el enésimo ejemplo. Lo de Mañueco es más bien personal: no le quedaba otra.