Alberto Núñez Feijóo profesa estos días de ardiente peregrino por las Españas en busca de sostenes para su candidatura a presidir el PP. El congreso nacional extraordinario de los populares se celebrará en Sevilla los días 2 y 3 de abril, y a diferencia de la elección papal, sabemos de antemano que el concilio andaluz obsequiará al todavía presidente gallego con una pronta y generosa fumata blanca.
Su romería petitoria de rodrigones internos lo condujo ayer hasta Valladolid, tierra caliente ahora que los chechenos de Vox se han incrustado en los tuétanos de las Cortes de Castilla y León y el gobierno regional.
Como todo político que se precie, Feijóo es un diestro vendedor de crecepelos milagrosos. Y si entre la parroquia no divisa ningún calvo, se abrirá la chaqueta y de los numerosos bolsillos interiores extraerá cualquier otro linimento. Igual que Groucho Marx: "Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros"
En relación al pacto PP-Vox en Castilla y León, en su viacrucis apresurado por la piel de toro ha dicho una cosa y la contraria en función de lo que más le conviniera en cada sitio, desde desentenderse en Valencia, con declaraciones como “prefiero perder el Gobierno que ganarlo desde el populismo”, hasta bendecirlo en Madrid o ayer en Valladolid “porque no quedaba otra”.
No quedaba otra, es cierto. Y se supo ya la misma noche electoral. Mañueco le hizo la cuenta de la vieja a Pablo Casado y Teodoro García Egea. Y luego también a Feijóo: solo sumando 31 + 13 se alcanzan los 41 escaños para disponer de mayoría absoluta y formar gobierno autonómico.
Casado y Egea no quisieron escucharlo. Y lo devolvieron a Castilla y León con la milonga de que hablara con Soria Ya, Unión del Pueblo Leonés y Por Ávila, una suma que solo daba 38 escaños.
Así pues, Feijóo, un presidente autonómico venido a más, podía haberse ahorrado tantas medias tintas durante su vertiginosa vuelta al ruedo nacional.
Sigo pensando que Pedro Sánchez cometió un gran error al no facilitar a Mañueco un gobierno en solitario en Castilla y León. El PSOE se habría erigido en protagonista en la sombra de la legislatura. Absteniéndose, se ha puesto solo la soga al cuello, convirtiéndose en un partido irrelevante a efectos prácticos.
Pero sobre todo no habría regalado a PP y Vox la posibilidad de que experimenten un gobierno regional en coalición. El PP ha traspasado en Castilla y León la temida línea roja del pacto con Vox. Un ejemplo que, a medio plazo, se extenderá a otras autonomías, ayuntamientos y diputaciones.
Santiago Abascal estaba entusiasmado con la posibilidad de formar un gobierno de coalición con el PP en Castilla y León. Lo necesitaba para que su formación dejara de estar en las musas de los mítines y pasara al teatro del gobierno. Sabe que es el principio. Y es muy probable que, con el tiempo, PP y Vox sumen mayoría absoluta incluso en el Congreso de los Diputados.
Habrá que ver entonces si Feijóo preferirá perder el gobierno a ganarlo desde el populismo.