Tengo la suerte de disfrutar todavía de mi padre, un hombre de 93 años que siempre valoré, amé y respeté, por su forma de ser, por su señorío natural, por su valor y valores pero, fundamentalmente, por mi madre, que no sólo lo adoraba, sino que lo defendía frente a todo y nos hacía sentir que nuestro padre no sólo era el mejor hombre, sino el mejor padre, el mejor hombre del mundo.
Claro que discrepé política, personal y humanamente con él, pero ciertamente sus argumentos, al menos, estaban forjados por una preparación y conocimiento del que yo habitualmente carecí a los niveles que él los poseía.
He vivido cómo mi abuela disfrutaba de mi abuelo, lo amaba y lo presentaba como lo más grande y mejor del mundo... crecí pensando que mis referentes eran ellos, hombres egregios, trabajadores ejemplares y luchadores incansables a los que había de imitar y seguir.
La vida te hace ir modulando tus objetivos, y la falta de autoestima, los errores cometidos, las embestidas crueles, las traiciones recibidas y las decepciones padecidas, te hacen comprobar que, con el tiempo y, pese a la lucha mantenida, nunca serás como ellos, no liderarás una familia como ellos hicieron y no alcanzarás las cotas que profesionalmente ellos lograron, es el precio de tener un listón tan alto de alcanzar.
Esa visión de un referente potente, fuerte, de humildad, fortaleza, seriedad y, sobre todo, de valores la hemos perdido, la hemos traicionado y no hemos sido capaces, no he sido capaz, de transmitirlo con la potencia que la recibí; no he sabido tener la didáctica precisa para que las nuevas generaciones comprendan que es mejor trabajar, luchar y crecer y que ello exige esfuerzo, dignidad y sufrimiento, pero que esos triunfos no les podrán ser arrebatados por cualquier destripaterrones que pueda cruzar su sendero, que tendrán menos, pero valdrán más.
Pasó el tiempo, perdí ocasiones, sufrí y lo tuve a mi lado, disfruté de los triunfos y él, con su parca forma de expresarse, me palmeó la espalda y me dijo "enhorabuena, adelante", pero ni un gesto al que unir la transmisión de su inmensa alegría.... Me llegaba, papá, cuántas frases, sentimientos, ratos, momentos, se han ido y no volverán, que no nos dijimos, que no nos diremos, pero que sentimos sin hablar.
De ti aprendí que la educación no son las formas, sino un modo de hacer; que hay que ser un señor en la vida y que, eso, siempre cuesta dinero; que con la verdad se llega a cualquier sitio, cueste lo que cueste; que por muy alto que estés lo importante es recordar de dónde vienes y la humildad el modo más correcto de actuar; que lo que aprenda es algo que nadie me podrá quitar y que la responsabilidad es saber asumir los errores y saber pedir perdón, siendo más importante ser que tener, valer que poseer y que pase lo que pase "Dios proveerá" y que debo de confiar en Él.
Erais un tándem perfecto en el que unas veces pedaleaba papá delante y otras tú mamá, pero ambos en la misma bicicleta en la que estábamos todos. Hoy, seguís siendo el mismo tándem, el apoyo de uno en el otro, la pedalada que da uno para que se mueva el otro. Por eso, en estos días, ha sido el día del padre y los deseos de felicidad son para él, pero no lo dudes, sin ti mamá, como tú sin él, no sería nada. Por eso, muchas gracias y muchas felicidades a ambos, por ser el padre perfecto y la madre maravillosa que todos hubieran querido tener y a los que envidio por no ser capaz de conseguir ni siquiera parecerme, por más que lo intento.