En estos días del año, en plena Semana Santa, fechas que debieran de ser de relax y meditación, así como descanso y disfrute de la familia, como todos los años, vengo a pedir perdón por los daños que con mi trabajo, con mi forma de ser, con mis escritos, pueda haber causado a unos u otros, en el bien entendido que las disculpas sólo lo son por el daño causado de forma no deseada, pues no reniego, o rebajo los planteamientos, las ideas, las posiciones que he mantenido en todo momento.
El adversario, el enemigo, el antagonista, merece todo mi respeto y cariño, de forma que si en mi defensa le ocasiono daño, habrá de comprender que no es intencionado o cruel, sino fruto del fragor o causado por la posición en la que me he visto ubicado, pero no es un daño personal, al que renuncio siempre que me doy cuenta, y es por el que solicito su perdón.
Defender la posición no voy a dejar de hacerlo, pero cada día más busco que las formas, los modos y las actuaciones carezcan de agresividad innecesaria, hasta el punto de que un compañero al que defendí me decía que era un "abogado de Disneyland", pero el resultado fue el deseado, de forma que prefiero ser "blando" que no dañar a nadie sin necesidad.
La violencia, verbal, física, intelectual, no tiene sentido, no es admisible ni aceptable, por más que en nuestro día a día parece cada vez más inevitable, perdonable si es de un sector concreto y lacerante si lo hace el adverso; pero, en cualquier caso, crispación, agresividad y ardor impreciso e innecesario, pues con ello sólo causas dolor y no defiendes tu posición mejor.
Por otra parte, la política, la vida diaria, se ha convertido en una farsa útil para unos y otros que, en la medida que falaz y evidente, genera el grado de frustración y convulsión precisos para que la mediocridad o la estulticia obtengan su beneficio, logren su propósito, pues con ella perdemos la visión crítica, la percepción cierta de la realidad y nos enfrentamos perdiendo la objetividad, haciendo que cursemos nuestros caminos por el previamente organizado por la casta o élite dominante, intelectualmente inútil, moralmente despreciable, personalmente deplorable y, en cualquier caso, sin contenido alguno y perfectamente mejorable, pero que nos manipula sin piedad.
Dejas la piel por unas instituciones, por una organización, por unas personas, a fin de que obtengan los mejores resultados, sean conocidos socialmente, preparen un proyecto de ilusión y crecimiento para la ciudad y su contestación es el veto, el desdén, el apartamiento o incluso la persecución; pues bien, para ellos mi personal desprecio por su miserable forma de actuar de mal nacidos, por no ser agradecidos, aun cuando les ofrezca mi perdón de corazón y que han de comprender que el daño está hecho y que si he reaccionado mal, dolido o de forma aviesa, tras solicitar su comprensión, de la que seguro careceré, intentaré no repetirlo y, tras ello, les ruego su perdón.
El perdón, como valor culturalmente cristiano, precisa del reconocimiento del error, de la voluntad de no repetir el mismo y/o propósito de no volver a actuar así y solicitar la disculpa del agraviado.
En un mundo relativista, el perdón, su petición, el intento de regenerar los elementos dañados, no es preciso, es igual, da lo mismo, pues todo es relativo y lo que a ti te duele a mí no; por lo que, si eres estúpido, reconocerás el error, que yo utilizaré para dañarte, en lugar de perdonarte; el movimiento social se convierte en truhanesco y villano, pues carece de moral, de valores que fundamenten su devenir, todo es variable, todo es relativo, todo es inestable y depende de la visión de cada cual... Tú decides lo que quieres, dónde te mueves, cuál es tu modelo y lugar de confort en la inconsistencia o en la solidez.