Los cuadros del PP se entregan a la ilusión Núñez Feijóo con la esperanza de que sea el remedio a la sangría de votos y cargos hacia Vox. Pero será una hemorragia difícil de taponar, como probablemente se visualizará el 19 de junio en las autonómicas andaluzas. Las tendencias son inexorables en política y, al presente, la ola eleva a Vox, hunde a Ciudadanos y Podemos, y sanciona a PP y PSOE.
Las declaraciones de Juan Manuel Moreno Bonilla siguen la estela de lo que ya hemos visto en Castilla y León. Las encuestas auguran que el PP andaluz bordea la mayoría absoluta, pero cuando llegue la hora de la verdad los resultados acaso se reduzcan a la mitad de la mitad.
PP y PSOE adolecen de alarmantes problemas ideológicos. Este es su verdadero talón de Aquiles. Al cabo de los años, con sus espaldas cargadas de promesas incumplidas, corrupciones a manta de Dios, comportamientos tibios ante las situaciones graves que ha atravesado y atraviesa nuestro país, el pasteleo constante entre partidos como sustrato de la actividad política, etcétera, la percepción que muchos ciudadanos tienen de ambos es que no son más que vergonzantes agencias de colocación. Una especie de oficinas de empleo para que amiguetes y personajes de dudosa talla intelectual y profesional dispongan de un salario público sin doblar demasiado el lomo.
En el caso del PP, por mucho que lo intenten Feijóo y Moreno Bonilla, la riada de votos hacia Vox será imparable. Los votantes del ala más a la derecha del PP no encuentran ya referentes claros en un partido que ha ido perdiendo la identidad conservadora desde que Mariano Rajoy tomara las tiendas en 2004.
Gobernar sin hacer ruido
Rajoy fue un contemporizador, un personaje de bajo perfil ideológico que se limitó a gobernar sin hacer ruido para que la izquierda no le complicara demasiado su plácida existencia en la Moncloa. A pesar de que las elecciones de noviembre de 2011 le dieron una holgada mayoría absoluta, su política fue siempre más socialdemócrata que liberal.
Es verdad que la crisis de 2008 y la pésima gestión que de la misma realizó Rodríguez Zapatero, el hijo del viento, le obligaron a adoptar algunas medidas de tinte liberal. Pero las puso en marcha asendereado por la dramática situación en la que se hallaba nuestro país, al borde de la bancarrota, y no por convicción. Fue esta indefinición ideológica en lo económico y en lo político la que llevó a Santiago Abascal a abandonar el PP y fundar Vox.
Vox es un partido que está logrando presencia en las instituciones a base de enarbolar media docena de ideas populistas, tan simples como peligrosas: no a la globalización; Europa nos roba; nacionalismo imperial a lo Putin y otros; España, una, grande y libre; liquidación de las comunidades autónomas; sí a los toros y a la caza; no a la inmigración ilegal; no a la educación ideológica y sesgada; a la hoguera toda la legislación del feminismo supremacista, etcétera.
Son mensajes primarios, pero efectivos, porque calan en la masa de votantes desencantados del PP y en otros muchos decepcionados con la política. Núñez Feijóo es centrista y autonomista gallego, y no quiere (tal vez tampoco pueda) conectar con esta muchedumbre ciudadana despechada y huérfana de representación política. Y Vox ha abierto gustosamente sus puertas a todo ese maremágnum de cabreados y escépticos.
La única dirigente política del PP con la que se identifican estos votantes es Isabel Díaz Ayuso, que agita mensajes elementales parecidos a los de Vox (“Comunismo o libertad”, “Somos el partido del pueblo, el partido de la clase media” y así), que tan buenos réditos le dieron en las elecciones autonómicas madrileñas.
El perfil centrista de Feijóo parece, a primera vista, adecuado para captar a los votantes moderados de Ciudadanos e incluso del PSOE, pero no solo no resuelve el problema ideológico del PP, sino que incluso lo agrava. Sus guiños al catalanismo en su reciente visita a Barcelona agradaron a quienes nunca votarán al PP, pero encresparon aún más a quienes sí lo han venido votando. Esa ambigüedad es justamente la que acelerará aún más el crecimiento de Vox a costa del PP, no sólo en Cataluña, también en el resto de España.
El referente de Castilla y León
El pacto PP-Vox en Castilla y León, tan criticado hace unas semanas, será el que se impondrá finalmente en Andalucía y más tarde en España. Pedro Sánchez y su gobierno Frankenstein hacen aguas. Incluso se especula ya sobre si Sánchez optará a un tercer mandato en caso de que las encuestas le auguren una derrota.
El desgaste lógico de un gobierno con permanentes conflictos internos (el cese de la directora del CNI es el último capítulo) permitirá probablemente que PP y Vox sumen mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados en las próximas elecciones generales. Alberto Núñez Feijóo tiene muchas posibilidades de llegar a ser presidente de España, pero inevitablemente tendrá que cargar a la grupa con Santiago Abascal como vicepresidente.
Así pues, el gobierno de coalición forjado en Castilla y León tras las elecciones del 13 de febrero será referente para toda España. Alfonso Fernández Mañueco, el presidente apestado de hace unas semanas, se convertirá a la postre en el político visionario que inició la fórmula para que Moreno Bonilla repita como presidente en Andalucía y Núñez Feijóo se convierta en el nuevo inquilino de la Moncloa.
Algunos opinan que el gobierno de coalición de Castilla y León se romperá cuando se aproximen las municipales de mayo del año que viene. Uno piensa que ocurrirá lo contrario. Si Moreno Bonilla se mantiene en el poder en Andalucía gracias al apoyo de Vox, el acuerdo entre Mañueco y García- Gallardo probablemente agotará los cuatro años de legislatura. Más aún si Núñez Feijóo precisa de Santiago Abascal para ser presidente.