Por fin, aunque se pueda estar en absoluto desacuerdo con ella, Macarena Olona ha visto reconocido su derecho a encabezar la candidatura de Vox en las elecciones andaluzas.
A lo que se ve, no es asunto nimio, visto el empecinamiento de la extrema izquierda y del PSOE en quitarse de en medio a la actual portavoz parlamentaria adjunta de su partido. Según encuestas, la sola presencia de Olona, experimentada y brillante congresista, haría subir algún punto a las expectativas de un Vox ya en alza.
El argumento de la irregularidad de su empadronamiento era factible, pero no puede ser usado cuando lo de los políticos cuneros, es decir, de representantes por una circunscripción que no es naturalmente la suya viene a ser una práctica secular que han utilizado cientos si no miles de candidatos.
Así que tenemos a la política de Vox en la carrera hacia la presidencia de la Junta. Y para malestar, digo, no sólo de la izquierda, sino también del Partido Popular, donde Moreno Bonilla ya se ha curado en salud ante un eventual éxito de Macarena Olona afirmando que podría repetir las elecciones si no consigue una mayoría suficiente para gobernar en solitario.
O sea, que el miedo a Olona, o a Vox, causa estragos hasta en sus posibles aliados, porque no otra cosa es el PP si quiere algún día alcanzar la gobernabilidad de España. Para instalarse en La Moncloa jamás conseguirá los votos necesarios por sí solo, dada la feroz oposición que encuentra en los demás partidos que apoyan a Pedro Sánchez. O sea, que necesita llegar a acuerdos con Vox, como ya hizo en Castilla y León, para poder gobernar, pero, eso sí, quiere un Vox capitidisminuido.
Así, pues, por una razón o por otra, a nadie le interesa un relativo éxito en las votaciones de Vox y preferirían verlo sumido en el fondo de los resultados electorales, con o sin Macarena Olona. Lo que sucede es que en democracia votos son amores y no buenas razones.