Como sé que te gustan los garbanzos torraos, / por debajo la puerta te los echo a puñaos. Tal sucedería si hubiera amor entre Fernández Mañueco y García-Gallardo. Pero el matrimonio PP-Vox en Castilla y León es de conveniencia. Hay asuntos que escuecen especialmente al PP. Y los dirigentes de Vox parece que disfrutan echándoselos a puñaos en las comisiones y plenos.
El rifirrafe entre Juan García-Gallardo (Vox) y la procuradora socialista Noelia Frutos Rubio (PSOE) el pasado martes ante el pleno de las Cortes regionales ha vuelto a poner a Castilla y León en el punto de mira de los medios de comunicación nacionales. Una vez configurado el nuevo gobierno regional, parecía que la comunidad autónoma había quedado relegada a un segundo plano mediático, pero el tono belicista de las intervenciones de unos y otros ha vuelto a ponerla en el ojo del huracán.
Las caras de perplejidad de Alfonso Fernández Mañueco y del viceportavoz del PP, Ángel Ibáñez, mientras escuchaban la intervención blasfema de García-Gallardo, fueron la mejor definición de lo que estaba sucediendo. No daban crédito. Luego, con un retardo de dos días, a Mañueco no le quedó más remedio que salir a pedir perdón por los pecados de su vicepresidente.
Dialéctica de pistolas
El problema de fondo es que hay partidos que consideran que esta dialéctica de pistolas les beneficia. El PSOE de Luis Tudanca no apoyó a Fernández Mañueco en la investidura (lo cual habría impedido que Vox gobernara) porque así tendría excusas para elevar el tono del discurso y desgastar al PP. Es lo que lleva haciendo, y con éxito, desde hace varios meses.
Y, además, está consiguiendo que la erosión a los populares no se limite a Castilla y León, sino que extienda también a otros territorios, particularmente a Andalucía, donde el PP se halla inmerso en el proceso de elecciones autonómicas, e incluso al nuevo/viejo PP de Alberto Núñez Feijóo. Se comprueba así que el PSOE de Castilla y León está completamente al servicio de los intereses de Pedro Sánchez.
Por otra parte, una vez sustanciadas las elecciones autonómicas y con el nuevo gobierno regional en marcha, resultan sorprendentes las intervenciones incendiarias de algunos dirigentes de Vox en el parlamento de Castilla y León, con Juan García-Gallardo erigido en principal jaque. La tradicional cortesía parlamentaria y los debates oratorios de altura se esfumaron de la cámara legislativa hace ya tiempo, dando paso al presente a intervenciones que recuerdan más al tiroteo O.K. Corral.
Juan García-Gallardo es un bisoño en lo relativo a oratoria parlamentaria. Y, ya se sabe, que la juventud y la inexperiencia conducen con frecuencia al error. Sin embargo, como abogado en ejercicio, le oratoria forense debería haberle ayudado mucho en lo político. Además, su currículum dice que ganó un premio en un concurso internacional de debates.
Inexperto o maquiavélico
Conque, o es un inexperto irreflexivo que debería moderar su impulsividad y osadía, o estamos ante un pérfido Maquiavelo que dice lo que dice a propósito porque sabe que las palabras gruesas y el conflicto permanente engordan el granero electoral de Vox.
Si es lo primero, que reflexione, que sea más prudente y prepare de manera más concienzuda sus intervenciones parlamentarias. Si es lo segundo, el PSOE está contribuyendo de modo impagable al crecimiento acelerado de Vox. Porque la intervención de la socialista Noelia Frutos, como otras muchas de su grupo en general, fue una clara provocación a la que entró al trapo torpemente García-Gallardo.
El reto de Juan García-Gallardo en Castilla y León es demostrar a los españoles que Vox puede llevar a cabo una buena gestión en las instituciones públicas. Para ello, debe dedicarse a resolver problemas concretos y abandonar el discurso belicista y de negación del contrario que le caracteriza actualmente.
El problema de Vox es que quizás se sienta incómodo en la gestión porque carezca de verdaderas soluciones y prefiera seguir por el camino más fácil y rentable de la confrontación y las declaraciones populistas. Si es así, igual que el PSOE, García-Gallardo no sería más que un paniaguado puesto a dedo en Castilla y León para servir a los intereses de su señorito madrileño, Santiago Abascal.
Y por estos derroteros, Fernández Mañueco e Ibáñez que vayan acostumbrando los cuerpos a los garbanzos torraos envenenados que Vox seguirá echándoles a puñaos por debajo la puerta, ay.