Cuando el concejal de seguridad anunció el otro día que Valladolid iba a recuperar la policía de barrio, no pude por menos de recordar aquella célebre frase de Manuel Fraga cuando afirmaba que la izquierda aquello de que "sólo aciertan cuando rectifican", y qué razón tenía. Veamos por qué.
Cuando en 1.995 ganamos las elecciones municipales por mayoría absoluta, (en 1.991 también las ganamos pero sin mayoría absoluta y el tripartito social-comunista nos relegó a la oposición), teníamos muy estudiadas las necesidades de nuestra ciudad, pues los cuatro años en la oposición nos sirvieron para hablar con los ciudadanos, conocer sus quejas y demandas, y patear a diario los distintos barrios y conocer sus carencias. (Cuántos paseos con Manolo Sánchez, sábados y domingos incluidos por el Campo Grande, el Poblado de la Esperanza, el Camino de Obregón, el cauce de la Esgueva, el parque Ribera de Castilla o el Pinar de Antequera).
Por eso, cuando en 1.995 derrotamos por segunda vez la candidatura socialista encabezada por Tomás Rodríguez Bolaños, teníamos muy claro qué es lo que había que hacer para poner a Valladolid en el mapa, donde tan sólo éramos conocidos por nuestra Semana Santa y nuestra Seminci.
Y los objetivos estaban muy claros: para hacer atractiva nuestra ciudad para vivir en ella y promocionarla cara al turismo, las premisas pasaban por hacer de Valladolid una ciudad segura, limpia, amable y paseable, y con una personalidad propia que nos permitiera competir en materia turística con las Catedrales de Burgos o León, las Murallas de Ávila, el Acueducto de Segovia o el casco histórico de Salamanca. Tarea nada fácil como podéis comprender.
Y pusimos manos a la obra, comenzando por una profunda reforma de los servicios esenciales, consiguiendo certificaciones de calidad de tres servicios municipales: limpieza, Auvasa y policía municipal que, hasta entonces, se caracterizaba por la escasa presencia de los guardias en la calle, dedicados fundamentalmente a dirigir el tráfico y multar a los infractores, y a su excesiva presencia en la casa consistorial y el propio cuartel de la policía municipal en la Avenida de Gijón en tareas administrativas.
Nuestra apuesta pasaba por sacar a los policías a la calle y descentralizar su gestión en cinco distritos, además de renovar íntegramente los vehículos, armamento y medios de intercomunicación y creación de una sala única de seguridad en el edifico central de la policía, desde el que se controlaba íntegramente la ciudad, sala a la que se sumó después de crear la policía de barrio la Policía Nacional, con lo que la coordinación a efectos de seguridad era insuperable y la respuesta policial inmediata.
Al mismo tiempo decidimos descentralizar su gestión en los distintos barrios de la ciudad para acercar el policía al ciudadano. La primera comisaría de barrio la pusimos en marcha en el barrio de las Delicias, aprovechando las dependencias municipales que albergaban un centro cívico, un centro de mayores y un parque de bomberos. Curiosamente, el día que fuimos a inaugurarla, nos recibieron pancarta en mano, un grupo de policías municipales de paisano y fuera de servicio con aquello de "al alcalde no le importa tu seguridad, sino su imagen". Este rechazo inicial se debía a que el funcionamiento de la policía de barrio exigía horario partido adaptándolo al horario comercial, sacrificio que se compensaba con la de pedir voluntariamente ese destino además de un complemento salarial compensatorio.
En nuestro modelo de policía de barrio los policías patrullaban de uno en uno, haciendo su rendimiento muy superior al patrullaje en pareja, y siempre en las mismas calles del distrito con lo que a los pocos días conocían a los vecinos, comerciantes y hasta a los perros que andaban sueltos; su seguridad estaba garantizada, pues por cada dos policías a pie había un policía motorizado que servía de enlace. El modelo trascendió nuestras fronteras y vinieron policías locales de distintos países, especialmente hispanoamericanos y patrullaban por nuestras calles, y yo mismo fui invitado a exponer nuestro modelo en la Asamblea Nacional de Alcaldes de Francia en Paris, algo inédito hasta entonces.
Y todo esto lo hicimos de la mano del concejal Manuel Tuero y López de Haro al frente de la Policía Municipal, consiguiendo una certificación de calidad conforme a la norma ISO 9001, estableciendo sus compromisos en las cartas de servicios, como el tiempo de respuesta a los ciudadanos. El modelo, inicialmente rechazado en las Delicias, fue después reclamado por distintas asociaciones vecinales al comprobar que la "nueva policía de barrio" no era una policía sancionadora sino una nueva policía municipal de apoyo al ciudadano, una policía de proximidad al estilo de los bobbies ingleses.
Hecho el diseño, había que buscar emplazamiento a las nuevas comisarías de barrio. En el barrio de la Victoria rehabilitamos la "Casita de Chocolate", edificio abandonado de propiedad municipal, en la zona sur, un chalet en la carretera de Rueda, también sin uso y de propiedad municipal y en Parquesol, al carecer de dependencias municipales, alquilamos unos locales de propiedad hasta construir nuestras propias dependencias en un solar municipal.
En el centro, nuestra previsión era instalarla en las dependencias de los actuales juzgados que pasaban a propiedad municipal a cambio de la parcela municipal que cedíamos en la parte posterior de la Huerta del Rey al ministerio de Justicia para unificar allí sus servicios en Valladolid, algo que hoy estaría funcionando a coste cero para el Ayuntamiento, pero que el actual alcalde abortó desde el primer momento, con lo que hoy no se ha puesto un ladrillo del nuevo edificio de Justicia y el Ayuntamiento ha pagado un dineral por el viejo colegio de El Salvador. Y por supuesto sigue sin existir la comisaría del centro.
Desde la implantación de la policía de barrio, que en determinadas fechas se mejoraba con patrullaje conjunto con la Policía Nacional, la seguridad en la ciudad aumentó de forma notable, incluso por las noches, pues desde la sala conjunta ante una llamada urgente se desplazaba al punto requerido el vehículo policial más próximo, algo que era comprobable desde la propia sala.
La policía de barrio elimina burocracia y acerca la solución del problema al ciudadano. Sustituye la clásica estructura vertical cuasi militar tradicional por una estructura más horizontal que permite al policía de barrio tomar decisiones in situ sin esperar órdenes superiores. Es más, la simple presencia policial en la calle tiene efecto disuasorio frente a hurtos y pequeños delitos, pues al final terminan conociéndose guardias y rateros. Las obras ilegales desaparecen, pues en las comisarías de barrio disponen de las licencias de obras concedidas por el Consistorio. Y los botellones, agresiones al mobiliario urbano o a los vehículos estacionados en la vía pública disminuyen de forma drástica.
En definitiva, la policía de barrio es un gran servicio del Ayuntamiento a los ciudadanos y tenemos que felicitarnos por su recuperación. Nunca entendí su supresión, y no creo que el nuevo horario sea mejor que el anterior pues la madrugada es innecesaria y las salidas de los colegios las cubrían los motoristas.
Y para terminar, me pregunto si explicará el alcalde a los nuevos policías de barrio que la circulación de bicicletas y patinetes eléctricos por las aceras es ilegal o les obligará a seguir prevaricando.
Y una más para el alcalde: el servicio de atención a las víctimas de la violencia doméstica se llama así desde su creación, que por cierto una unidad pionera en España creada a iniciativa de un grupo de policías locales que además renunciaron a compensación económica alguna. Pero es que los policías entonces hablaban con el alcalde. Por cierto, mi última decisión en relación con la policía municipal fue poner al frente de ella a una mujer, primero y único caso en que la policía municipal de una capital de provincia es una mujer. Lo digo por aquello del feminismo y el alcalde machista…
Hasta la semana que viene.