Hoy la experiencia ha sido positiva. Abro las hojas de mi balcón y experimento recuerdos de niñez manifestados en la charla, el encuentro entre vecinos, el diálogo de personas que al cruzarse en la calle hacen un alto en el camino y se interesan por sus vidas, comentan cosas de la actualidad y se cuentan sus preocupaciones y vivencias.
Siempre insistimos en la crudeza de esta convivencia, donde la soledad, el aislamiento de las personas, el silencio y el anonimato caracterizan una sociedad vacía de comunicación. Es fácil parodiar esa triste situación en el encuentro de los vecinos en el ascensor, extraños viviendo en la misma escalera, que nada se dicen, nada se comunican y solo intercambian un saludo comprometido por las exigencias de la buena educación o un recurso al tiempo que hace para terminar su encuentro en una "adiós".
Sin embargo, hoy he visto la otra cara de la moneda. Pausadamente, con la lentitud que dan los años vividos y cumplidos que se echan a la espalda, dos personas se han cruzado en la acera de la vida, entre dos calles, en la esquina y no han pasado de largo. Se han saludado y parado para conversar. Un rato para verbalizar su vida, sus recuerdos y sus preocupaciones, aunque solo sea para hablar del tiempo. Una imagen digna de plasmar en la retina de la personas. Para no olvidar que una de las condiciones de la naturaleza humana que convierten su existir en una vivencia grata es la convivencia, la comunicación, el diálogo para contar y que te cuenten, para narrar experiencias y vivencias, para compartir.
Están hablando sin las premuras del tiempo. Sus cabezas dan una y otra vez vuelta a izquierda y derecha para hacer un seguimiento férreo a cada una de las personas que cruzan la calle o que pasan a su lado, para no olvidarse de un saludo amable, si es conocida, o una simple mirada reconocedora del viandante si su rostro no es identificado. No dejan de fijar su mirada en cada uno de los coches que trascurren junto a su lado, en la carretera, siguiendo su curso hasta desaparecer o perder de vista la posibilidad de descubrir la persona o personas que habitan en su interior.
Saber quién va o viene es otro de los objetivos con lo que ocupar su tiempo. Y mientras que todo esto ocurre, la conversación no da tregua. Siguen hablando y hablando, poniendo su vida a punto en comentarios de actualidad o recuerdo de un ayer que pasó y que se hace constantemente presentes en la nostalgia de lo vivido. Un recuerdo, una pregunta, una anécdota, un comentario... es un alto en el camino que sigue haciéndose presente en el día a día, permitiendo que la soledad de las conciencias y la incomunicación hagan una tregua en la monotonía de la vida.
Y en este momento de observación desde mi balcón llegan a mí aquellos recuerdos de mi infancia llenos de bullicios de chicos y mayores fluyendo constantemente una comunicación entre ventanas, patios de vecindad o encuentros en la calle. No pasaba un día sin que se hablara entre vecinas. Un poco de sal que se pedía a la vecina de enfrente permitía un rato de conversación para contarse las últimas novedades de su vida, los últimos problemas de sus convivencias matrimoniales o sus relaciones con la familia. No había día que, entre los trabajos cotidianos de la limpieza diaria, resonaban canciones de alguna vecina que acompasaba su voz con la música que salía de la radio. Y por la tarde, después de "el parte", como así se decía de las noticias, en la sección de "discos dedicados", se oían canciones que venían acompañadas del nombre de la persona a la que su novia se la dedicaba porque estaba cumpliendo "el servicio militar" o " en el día de su cumpleaños".
Después, en el silencio de la siesta, cuando los chicos volviéramos al colegio, el patio quedaba envuelto en un especial clima de misterio, amor no correspondido, luchas familiares y un etcétera de tramas durante la emisión de "Simplemente María", la radionovela por excelencia. Sin tregua y casi sin dar tiempo a nuestras madres a terminar aquellas interminables labores cotidianas que les ocupaban todo el día y muchas noches planchando, repasando calcetines, cosiendo y un etcétera de los muchos trabajos que hacían sin más sueldo que la recompensa de llevar una casa, preparaban la merienda porque volvíamos del colegio.
La escalera, de nuevo, era un fluir de chicos que subían y bajaban de puerta en puerta, a la calle, a jugar. No había secretos porque se pregonaban en voz alta.
Recuerdos de niñez que se hacen presentes hoy, frente a mi balcón, en el cruce de dos calles, en la animada conversación de dos personas que rompen lo anodino de su existencia en el anonimato de la vida y abren sus corazones para pasar a limpio sus recuerdos. Mientras tanto miles de personas en miles de ciudades y pueblos sienten el anonimato de la soledad y pasan desapercibidos de la vida porque no hay tiempo para pararse a conversar y porque los edificios se han asomado a la calle con grandes ventanales, pero han cerrado sus patios impidiendo el fluir de la compañía y el cariño de los vecinos. La soledad se ha adueñado de nuestras vidas por la indiferencia de los que conviven entre las misma paredes.