Manolete, posiblemente también murió bajo el “síndrome mujeril”, puesto que estaba obsesionado con Lupe Sino. Un torero que de pequeño pintaba casitas de campo y olivos y que temía se rieran de él a causa de la separación de sus orejas para después, de mayor, convertirse en soñador de paternidades tranquilas y de molestas prisas intestinales a las que acompañaba su complejo de voz de ultratumba (hablaba como si estuviera dentro de una cuba) a pesar de lo cual daba sus conferencias sobre el toro en las que demostraba sus vastos conocimientos al respecto. El día de su muerte cuentan que parece que quería morirse (palabras de Luis Miguel Dominguín).
Un hombre que también estaba harto de toros, como llegó a decir en los momentos antes de la corrida de su muerte: “estoy deseando que acabe la temporada” e incluso el mismo día de su última corrida: “hay que telefonear al finalizar la corrida al balneario donde se encontraba su novia para que le esperara allí”.
¿Quizás todo derivado de que se exigía demasiado en la plaza? Pues… ¿tal vez? a pesar de que su recio carácter: “duro y seco como el palo de una escoba” (en palabras de Lupe Sino) le exigía estar bien todas las tardes sin paliativos en una faena casi preconcebida y que según me comentó mi amigo (q.e.p.d) Don Emilio Casares Herrero, la basaba en 15 pases donde no figuraban los adornos ni los pases improvisados.
Por eso era un amigo del compañero de oficio fuera del ruedo, pero nunca en la plaza porque allí ante todo era torero.
Esas exigencias del público se convirtieron en una sombra que, primero le acompañó en el paseíllo de todas las tardes hasta llegar a atosigarlo y que, posiblemente, debido a esa concatenación mundo del toro-tradición gitana y ser ésta muy dada al ocultismo, la brujería y los presagios, casi todos los toreros presienten el peligro antes de que verdaderamente llegue a no mucho tardar.
No fue un creador, pero innovó los pases hasta el extremo de personalizarlos, al tener un sentido perfecto de la colocación y realizarlos con la muleta retrasada.
Luego…un matador tan perfecto y seguro como él, resultó que en su última estocada no llevó a efecto el axioma de “si llegado el momento de la gran suerte se te olvida hacer bien la cruz delante de la cara del toro su cuerno te lleva por delante” y por eso “murió matando; mató muriendo” ese hombre de oro que concebía el toreo como un ideal en medio de la actitud mística presbiterial que llegaba a oficiar el toreo.
Manolete con su muerte dejó un vació en la Fiesta que no será posible llenarlo porque no hubo ni habrá otro torero igual. Al igual que Belmonte en el año 1913, él también tuvo su cena de homenaje en el año 1944. Fue en el restaurante Lhardy de Madrid y entre otras personalidades estuvieron: el ministro de Justicia, Eduardo Aunós, Federico García Sanchíz, Zuazagoitia, marqués de Luca de Tena, César Jalón “Clarito”, José María Pemán, Raimundo Fernández-Cuesta, Samuel Ros, Rafael García Serrano, Javier Millán Astray etc. etc. A los postres “Manolete” dijo: “este es el toro más difícil de mi vida. Solo puedo decir…¡Gracias!”