Aunque Andalucía es hoy la protagonista, muchos echarán mano de Google para revisar lo que sucedió en Castilla y León el pasado 13 de febrero. Las circunstancias no son las mismas, pero ambas elecciones autonómicas comparten una serie de elementos comunes, que llevan a muchos a inferir una analogía en los resultados.
En Castilla y León las elecciones autonómicas fueron convocadas por sorpresa, más de un año antes de lo que hubiera correspondido de modo natural. Es algo que suelen penalizar los electores, sobre todo si el motivo alegado para el adelanto no es consistente, como el que enarboló el PP de Fernández Mañueco. Las andaluzas, en cambio, se han convocado cuando les corresponde.
El PP gobierna en Castilla y León desde hace treinta y cinco años, la mayor parte de los cuales con mayorías absolutas. Tanto tiempo en el poder origina un desgaste inevitable. No es el caso de Andalucía, donde el PP lleva gobernando tan solo cuatro años, y además en coalición con Ciudadanos.
El desgaste en Andalucía quien lo sufre todavía es el PSOE después de cuarenta años al frente de la Junta, salpimentados además con casos de corrupción de grueso calibre, como el de los ERE, que José Luis Rodríguez Zapatero niega con total desparpajo.
Tampoco coincide el perfil sociológico tradicional del votante de una y otra comunidad: Andalucía ha sido más socialista; Castilla y León, más conservadora.
No obstante, hay aspectos en los que sí se producen analogías. Desde 2015, se aprecia en el electorado bastante desapego hacia el bipartidismo. Piensa la gente, no sin razón, que los grandes partidos están más preocupados de sus intereses internos, de beneficiar a amiguetes, de mirar hacia otro lado cuando afloran casos de corrupción, etcétera, que de resolver los problemas que aquejan al país o de administrar correctamente los fondos públicos.
En esta tendencia general de rechazo hacia el bipartidismo seguimos. La situación actual puede dibujarse con unos pocos trazos gruesos: incomodidad con PSOE y Podemos por el manejo del gobierno de España, con sus sainetes internos y su aquiescencia hacia los independentismos; desconfianza ante un PP que al cabo de los años ha ido desdibujándose en materia ideológica y sigue sin ofrecer señas de identidad claras, y rechazo hacia Ciudadanos, acaso injusto, por culpa de los errores de Albert Rivera.
Ante semejante panorama, el ciudadano cabreado, que es quien finalmente decide gobiernos, solo percibe una vía donde expresar su enfado: Vox. Un partido, por otra parte, con el cual suelen estrellarse las encuestas porque su potencial votante forma parte de ese bloque oscuro que las empresas de sondeos denominan ‘voto oculto’.
El problema de comunidades autónomas con muchas provincias (Castilla y León cuenta con 9 y Andalucía con 8) es que la horquilla de escaños en la que se mueve un partido al alza como Vox es demasiado amplia, entre 4 y 7 escaños arriba o abajo en los restos, lo que hace muy difícil vaticinar un resultado certero.
Estamos ante un número tan amplio de escaños en el aire, que la mayoría absoluta puede estar al alcance de la mano del partido hegemónico o convertirse en una meta inalcanzable. Así le ocurrió al PP de Mañueco en Castilla y León, y es lo que puede sucederle también hoy al PP de Andalucía.
Es decir, la gran incógnita hoy en Andalucía es saber si Juanma Moreno conseguirá alejar de su cogote el aliento mefítico de Vox, algo que solo se sabrá esta noche una vez que esté resuelto el escrutinio.
Vox tuvo el acierto de presentar como candidato en Castilla y León a un auténtico desconocido. Al fin y al cabo, al votante cabreado no le interesaba en absoluto el candidato, su único interés era introducir su voto protesta en el saco de Vox (antes fue en el de Podemos y luego en el de Ciudadanos).
En Andalucía, en cambio, presentar como candidata a una política conocida como Macarena Olona, demasiado personalista y a veces hasta infantil en algunos de sus mítines, tal vez suponga más bien un freno a la tendencia alcista de Vox, algo que beneficiará a Juanma Moreno.
Lo que se oía de Ciudadanos durante la campaña electoral en Castilla y León fue poco más o menos lo que estamos escuchando en Andalucía. Francisco Igea logró en tres años una popularidad similar a la que puede tener Juan Marín. Una popularidad que le sirvió de poco, porque la tendencia general de Ciudadanos era ya a la baja, por culpa de los vaivenes de Rivera. Así pues, es muy probable que Marín, igual que Igea, no consiga tampoco formar grupo parlamentario.
En cuanto al PSOE, en ambos territorios se halla claramente a la baja, sobre todo por culpa de Pedro Sánchez y su séquito multicolor. En Andalucía, también por su dilatado periodo en el gobierno. Luis Tudanca hizo amago de dimitir, pero le quitaron las intenciones. De lo que haga Juan Espadas, ya veremos. Quizás decida desenvainar su apellido y hacerse el harakiri.
Las circunstancias de las dos comunidades son parecidas, pero no iguales. Aun así, las probabilidades de que en Andalucía se reproduzca el esquema de Castilla y León son muy elevadas. Esta noche saldremos de dudas.