Hay una versión demagógica de la vida que lo que pretende es reducir y hasta eliminar el número de ricos en el mundo, cuando la realidad debería ser la contraria; acabar con los pobres y la pobreza. Ojalá todos fuéramos ricos y felices.
Este tipo de ricofobia, llamémosla así, tiene muchas ocasiones de manifestarse: cada vez que se citan las estadísticas de nuevos ricos, de la brecha económica entre los extremos de la población, las trapisondas, excesos y pufos de algunos de los más pudientes, incluidos la defraudación al fisco y el refugio de sus fortunas en paraísos fiscales.
En nuestro país existen 246.500 millonarios, según los estándares en vigor, y su número ha crecido en el último año un 4,4 por ciento. Las malas no son estas cifras, sino que entre la pandemia, la desertización y la explotación laboral en gran parte del mundo crece también el número de pobres. Según las Naciones Unidas la población mundial actual es de unos 7.800 millones de habitantes y 736 de ellos están bajo el umbral internacional de la pobreza.
Ya ven: unos tanto y otros tan poco. La demagogia consiste en atribuir la desgracia de unos al éxito de otros, como si fuesen estrictos vasos comunicantes de suma cero. Es decir, que cada euro de más a unos se les quitase directamente a otros.
Por eso digo que lo importante es acabar con los pobres, es decir, la pobreza, y no privar a los ricos la posibilidad de crear empleo. Porque lo malo no es el capital que se tenga, sino lo que se hace con él. La riqueza puede usarse para el despilfarro y la ostentación, pero también para crear bienes y servicios y generar trabajo a quienes no lo tienen, ya que el principal motor de empleabilidad lo produce el sector privado.
De ahí que, si es vituperable, el consumo suntuoso y el derroche, no lo es el poner la riqueza a producir y crear empleo, como hacen tantos y tantos empresarios. En España tenemos, sin ir más lejos, a emprendedores como Amancio Ortega o Juan Roig que cada año aumentan sus puestos de trabajo y mejoran las condiciones económicas de sus empleados. O sea, que insisto en lo dicho en un principio, si hay que acabar con algo, que lo hay, es con el comportamiento de ciertos ricos y con la brecha social que lleva a los pobres a no dejar de serlo.