En una película que acabo de ver, le preguntan a una recién parida: “¿Es niño o niña?”. La mujer responde: “Es muy pronto para saberlo; aún no puede elegir”.
Ya ven lo que se lleva. Para solucionar el problema de una minoría hemos creado el desconcierto de la mayoría, que según la última tendencia del lenguaje son “niñes” mientras no decidan a qué sexo (ahora le dicen “género”) pertenezca.
Todo es cuestión de la corrección política y la incorrección gramatical. Seguramente a ustedes les ha llegado un WhatsApp que circula por ahí en el que el protagonista y sus amigos van a un restaurante donde la camarera les recibe con una radiante sonrisa: “Hola a todos, todas y todes”. Y antes de que le respondan añade: “Es que somos un local inclusivo”.
Entonces el divulgador de la historia contesta: “Qué bien, porque tendrán menús en braille y así podrá leerlos el amigo ciego que esperamos”. A la cantinera se le cambia la cara y se disculpa porque no ofrecen ese servicio. “Pero sí tendrán iconos para los del síndrome de Asperger y utilizarán el lenguaje de signos para atender a los sordos…” replica nuestro hombre. Pues resulta que tampoco. El restaurante sólo era inclusivo de boquilla, nunca mejor dicho, pero no incluía el servicio a todos los clientes con una diversidad funcional.
Es lo que pasa cuando se retuerce el lenguaje que no se modifica la realidad, sino sólo el léxico, incurriendo a veces en el ridículo, como le pasó a la diputada Carmen Romero con su “jóvenes y jóvenas” y a la ex ministra Bibiana Aido con la expresión de “miembros y miembras”.
Es que las cosas son como son y denominarlas de otra manera no cambia su sentido. Por ejemplo, hay profesiones que usan exclusivamente el femenino, como futbolista, jurista o periodista y que pueden ser aplicadas a señores con toda la barba sin que por ello les cambie el sexo, el género o lo que sea.