En plena temporada taurina cae en mis manos enviada amablemente por su autor, José María Balcells, una excelente obra sobre el sugerente tema del análisis de la postura del gran filósofo y escritor vasco y castellano de adopción Miguel de Unamuno, sobre el mundo de la Fiesta de los Toros, hoy bautizada como Tauromaquia.
La obra, como suele decirse, no tiene desperdicio y analiza de forma exhaustiva toda la relación, que fue mucha, de Don Miguel con la Fiesta. Mucha, como todo lo español que tanto le interesaba, sobre la que vertió numerosas opiniones en sus artículos, charlas y conversaciones diversas.
Opiniones que, en la mayoría de los casos, por no decir en todas, eran muy críticas y adversas, pero no por ello dejan de estar cargadas de razón. Ya que Unamuno siempre se documentaba de aquello que abordaba. Así, como Balcells señala, Unamuno con su espíritu profundamente crítico, aborda tanto su arraigo secular como su dimensión trágica, ya que la tragedia y el peligro, sobrevuelan constantemente en la misma. Sin duda mucho más en su tiempo cuando los medios sanitarios y de seguridad eran muy inferiores a los actuales.
Pero también sale a relucir su erudición como catedrático experto en filología al comparar la palabra “lidia” con “litigar” y al preguntarse ¿qué es un litigio más que una lidia? y sigue ¿hay diferencia sustancial entre el torero que litiga con un miureño y el abogado que litiga con un juez o un fiscal? Litigare es en latín “seguir un pleito”, ¿por qué hemos adoptado el derivado lidiar para la Fiesta Nacional?.
Otro aspecto interesante de la obra del profesor Balcells, es la descripción que hace de relaciones y amistades del escritor y catedrático vasco con personajes del mundo del toro como ganaderos, Victoriano Angoso y Argimiro Pérez Tabernero, por ejemplo y hasta toreros como Ignacio Sánchez Mejías, al que admira como escritor más que como matador, según le cuenta en una amistosa carta.
Especial fue su gran amistad con otro vasco, el pintor Ignacio Zuloaga, que quiso ser torero y además de aficionado practico estoqueó reses con el apodo de El Pintor. Don Miguel que a la inversa quiso ser pintor antes que escritor y profesor, dedicó a Zuloaga gran admiración.
Entre las contradicciones de Don Miguel, que como se sabe tuvo muchas a lo largo de su vida aunque, como se ha dicho contrario a la Fiesta, le dedicó gran interés, no obstante, no se mostró en principio en contra las corridas de toros y, por ello, asistía con frecuencia a los espectáculos taurinos, más que nada por el tirón de la barbarie asegurada que iba a producirse en el albero.
Unamuno, por tanto, era sumamente crítico con los toros, como con tantas cosas, pero siempre dentro de una lógica implacable. Así como nos cuenta Balcells, Unamuno era “opuesto de manera radical a toda suerte de tópicos manidos” y los antitaurinos no escapaban a la crítica de su pluma, por ello, “se opone sin ambages a que contra la tauromaquia se lancen insensateces...”. Esto es, se la puede criticar como él hace, pero con lógica y sensatez. Y, por ello, fue muy directo y contundente con su censura, como por ejemplo “denunciando la enorme serie de disparates de Mary F. Lowell (americana antitaurina), a quien al cabo tilda de autora de uno de los mayores desatinos que se han escrito”.
Por ello, Unamuno se opone de manera radical a toda suerte de tópicos manidos y rechaza sin ambages a que contra la Tauromaquia se lancen insensateces del tipo de las propaladas por la citada Mary F. Lowell, y así en el “Entremés yankee”, como titula en su artículo, Don Miguel defiende el toreo de la insustancialidad de alguna de las socorridas tachas que ella le achacó, coincidiendo en ello con la escritora Emilia Pardo Bazán, que, en su artículo sobre la Fiesta Nacional, defiende la Fiesta de tales insensateces al calificar aquella a nuestro pueblo como inculto, ignorante y atrasado, así como negarle valentía a los toreros y adjudicarles comportamientos crueles con la res y atribuir placer a los espectadores ante la muerte pública del cornúpeta.
Así, no es de extrañar que a Don Miguel le repugnara el espectáculo de los caballos espanzurrados, pues no había peto, así como el comportamiento de ciertos sectores del público lanzando objetos de todas clases al ruedo, etc, etc, Ahora, todo eso no ocurre y la Fiesta se ha modernizado y disciplinado. No digo que Unamuno la elogiara pero sus disensiones bajarían de nivel.
Con una de cal y otra de arena y ponderando siempre las palabras, Unamuno, disiente, por ejemplo, del concepto de barbarie que se le aplica cuando dice “En lo que me toca, las corridas de toros me dan sueño, y si algo me atrae de ellas es su barbarie; decir otra cosa sería hipocresía”. Esto es, el Unamuno de rompe y rasga lleva la contraria hasta a los que en teoría coinciden con él.
Es pues, este, un libro exhaustivo sobre la relación de Don Miguel y los toros, contradictoria como todas las suyas, pero esclarecedora de muchos aspectos de una tensa actitud siempre sincera y fundada en razones que se explicitan, aunque ni al autor convenzan del todo.
Para finalizar, decir, que además de la prosa aparece la bella y a veces polémica poesía del autor en relación con el toro bravo que pasta en los campos de su tierra salmantina de adopción y en la que vivió sus años más fecundos.
A la redonda sombra de la encina
inmoble y negra, inmoble se recuesta
el negro toro, y una charca apresta
su espejo inmoble de agua mortecina
(Salamanca, 2 de diciembre de 1910)
El toro entre las encinas
que no dobló su cervix
al yugo con que los bueyes
mantienen plebe infeliz.
Pobre toro que en coso
de estocada has de morir.
Tu sangre abreva en la fiesta
a la canalla servil
¿Ave César! Pan y toros
¡Viva la Guardia Civil!
¡Viva el salvador de España!
¡Viva la Pepa! ¡a morir!
(Primavera verano 1927)
Una excelente obra la del profesor Balcells, que supone un análisis de calidad intelectual sobre los juicios de Don Miguel de la Fiesta, que anticipa con más de cien años, lo que ahora muchos atrevidos y desconocedores de aquella pretenden descubrirnos.