Es una vieja costumbre, cuando se constituye un nuevo gobierno o se accede a un cargo público, conceder un margen de 100 días antes de iniciar una crítica sobre la calidad de gestión del neófito, costumbre que no siempre es respetada, como no la respetó SuperSanchez con Núñez Feijóo. Pero han transcurrido más de 100 días, no ya de la celebración de las elecciones en Castilla y León, sino de la constitución del gobierno de coalición, y esta característica le dota de un morbo especial al mismo.
El acuerdo entre el PP y Vox era obligado, y el grupo minoritario exigió formar parte del gobierno y asumir una vicepresidencia en la Junta, además de la presidencia de las Cortes y tres consejerías. Y por más que lo intentó Alfonso Fernández Mañueco no tuvo más remedio que plegarse a las exigencias de su nuevo socio, algo que fue duramente criticado por esas izquierdas, Psoe incluido, mientras aplauden sin reservas cuantos pactos se le ocurren al Presimiente del Gobierno.
Ciertamente, la prácticamente nula experiencia de Vox en tareas de gobierno, y los excesos verbales de alguno de sus representantes, comenzando por su presidente, que exigió la vicepresidencia para García Gallardo la misma noche electoral sembraban la duda sobre el comienzo de su gestión. Desde antes de las elecciones manifesté que el candidato de Vox no tenía mala prensa en su Burgos natal, pero que su falta de experiencia en gestión de tareas públicas o privadas se dejaría notar desde el primer momento, pues la licenciatura en derecho y el estar integrado en el acreditado bufete familiar burgalés no eran suficiente garantía.
Como era previsible, la extrema izquierda, (esa que tacha a Vox de extrema derecha), empezó a hurgar en los antecedentes del nuevo vicepresidente, encontrando algunos tuits poco afortunados escritos en su juventud, y una respuesta poco acertada del interesado: “a mí me preocupa más lo que opinen de mí quienes me conocen que aquellos que sólo hablan de oídas”.
Como en el organigrama inicial de la Junta no figuraban las funciones del vicepresidente, a diferencia del anterior, que además de vicepresidente gestionaba una consejería y era portavoz del Gobierno, las izquierdas lo calificaron de presidente florero, y el propio exvicepresidente llegó a llamarte “niñato malcriado y mal educado”, hasta que la Junta publicó un decreto en el que se especificaban sus competencias.
En todo caso sería bueno que los órganos centrales de Vox le dejen actuar a su aire evitando que parezca que se limita a cumplir órdenes superiores y leer un argumentario redactado en Madrid, y no esté permanentemente recordando la ideología de su partido por otra parte, sobradamente conocida, y que, dada su escasa, por no decir nula experiencia política extreme la prudencia en sus declaraciones y se limite a sacar adelante los acuerdos firmados en los pactos de gobierno.
Y debe de ser consciente de que la oposición va a estar permanentemente tendiéndole trampas, como la provocación de la procuradora socialista Noelia Frutos, que se aprovechó de su discapacidad para descalificar al vicepresidente en una respuesta que era correcta, si no fuera por la amputación y la manipulación a la que la sometieron los socialistas y los medios afines. Y esto seguirá así a lo largo de la legislatura. Le aconsejo que hable del tema con su director general que lo padeció más de una vez cuando trabajaba conmigo.
A veces, sus expresiones parecen extraídas de un argumentario, y no conviene dramatizar en exceso: para mostrarse contrario al aborto no hace falta referirse a los que “trituran a los niños en el vientre de sus madres”, o afirmar que la hipersexualidad de la sociedad, que ciertamente existe, es la responsable de la despoblación del medio rural, o que en las escuelas se insiste en la enseñanza de la sexualidad a los niños, algo que no pudo acreditar al ser interpelado por un procurador popular. Que conste que en muchos de estos temas estoy de acuerdo con Garcia Gallardo, (yo mismo he escrito en esta sección sobre el aborto, la eutanasia, o el adoctrinamiento en las escuelas), pero en muchas ocasiones, compartiendo el fondo tengo que rechazar las formas.
La inmigración es otro tema candente que hay que tratar con mucho cuidado, y apostar por una “inmigración legal, ordenada y con capacidad de adaptación” es absolutamente razonable. Debe ser el que llega el que tiene que adaptarse al país que le acoge, que no exigir que la sociedad española se adapte a sus costumbres. Se muestra partidario de reducir las subvenciones de todo tipo, algo que comparto, pues no entiendo que el Diálogo Social no sea posible si no hay millones de euros de por medio.
Considera que el Estado de las Autonomías es la ruina del Estado, lo cual es difícilmente compatible con ser vicepresidente de la más extensa de todas ellas, aunque en mi opinión la Educación y la Justicia no debieron transferirse nunca. Y se muestra contrario a la Ley de Memoria Histórica, a la de Memoria Democrática y a todas las leyes de marcado carácter ideológico aprobadas por exigencia de Podemos, algo que también comparto. Yo siempre hablé de violencia contra la mujer y no de violencia de género porque ¿el “género, qué género?” no es violento
Como ven, muchas de las exigencias del vicepresidente son absolutamente razonables, pero las formas, el lugar o el momento de exhibirlas es fundamental.
Echo de menos el recorte de personal: el número de altos cargos ha crecido y el de asesores ha alcanzado el máximo de la historia, y esto no es lo que prometieron en campaña.
De los tres nuevos consejeros poco cabe decir, salvo la polémica surgida con los sueldos-no sueldos del consejero de Cultura cuando dirigía el Instituto de la Lengua y su franca defensa de la Tauromaquia que los aficionados debemos de agradecer, ya que los terribles incendios que estamos padeciendo en toda España y particularmente en Castilla y León, acaparan toda la atención.
Y frente a la propuesta del consejero de Agricultura de contratar trabajadores para limpiar los montes en invierno, yo me atrevo a sugerir mantener a toda la plantilla todo el año, permitir la ganadería extensiva para limpiarlo de forma natural y no siguiendo las consignas de los ecologetas de despacho, e incluso organizando patrullas de limpieza en los montes integradas por personas que cobran el paro sin hacer nada, al mando de los agentes forestales actuales, con lo que además de tenerlos entretenidos en limpiar el monte evitaríamos la picaresca de la economía sumergida.