La RAE define orgullo como sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios, como arrogancia, vanidad o o exceso de satisfacción propia que suele conllevar sentimiento de superioridad, o como amor propio o autoestima.
Sin embargo, en esta degradación que determinados personajes públicos someten de forma reiterada al idioma castellano, cuando se habla de orgullo no se hace en relación con estas acepciones de la RAE sino con las que le atribuye la 'menistra' Montero, récord gubernamental al maltrato del idioma, (y en este Gobierno es difícil detentar el récord en cualquier tipo de barbaridad) y que tan sólo hablan de orgullo para referirse al orgullo gay, homosexual o LGTBI+. Y es que la palabra orgullo puede tener una connotación positiva o negativa en función del contexto y del sentimiento que representa.
Pues bien, el pasado 9 de julio en Madrid, ciudad abierta por excelencia, se convirtió en la capital europea del orgullo, después de no haberse podido celebrar los dos años anteriores por culpa de la pandemia. Soy consciente de que cualquier comentario al respecto puede resucitar aquellas acusaciones de homófono e incluso de misógino que me atribuyeron las feminazis, mientras tenía un concejal declarado homosexual en mi propio equipo de gobierno, y varios entre los puestos de libre designación y entre mis amigos, y ponía al mando de la policía municipal a una mujer, caso único entre las capitales de provincia españolas, y en mis veinte años de alcalde siempre tuve como primer teniente de alcalde a una mujer. Desde luego ninguno de ellos ocuparon sus cargos en función de su condición sexual, pero tampoco supuso ningún inconveniente para su promoción profesional, y a ninguno de ellos le oí sentirse orgulloso de la 'marcha del orgullo'.
Ciertamente, me negué a celebrar matrimonios homosexuales, pues en mi opinión el matrimonio sólo es posible entre un hombre y una mujer, y por lo tanto, la unión entre dos personas del mismo sexo es lícita, pero no es un matrimonio. Por supuesto en el Ayuntamiento de Valladolid se celebraron matrimonios civiles entre homosexuales y yo he asistido a alguna boda como invitado.
Pero volvamos a Madrid. La primera marcha del orgullo se celebró en el último año del mandato de Manuela Carmena y la última en 2019 siendo alcalde Martínez Almeida. Este año, el alcalde prohibió que la bandera arco iris ondeara en el palacio municipal, en acatamiento de la sentencia del Tribunal Supremo que establece que en los edificios institucionales tan sólo pueden ondear las banderas oficiales lo que le ha costado fuertes críticas al alcalde madrileño al grito de "Almeida te irás, y el orgullo seguirá". La marcha iba encabezada por una pancarta que decía "Frente al odio, orgullo, visibilidad y resiliencia", (dichosa palabra que puso de moda SúperSanchez), y a la que asistieron, además de Grande Marlaska, Irene Montero, Pilar Alegria e Ione Berra, pero, por supuesto ni Almeida ni Díaz Ayuso. ¿Dónde andaría Iceta?
Aunque los organizadores esperaban más de un millón de participantes, la realidad redujo esta cifra a la mitad, eso sí, cortejando a 38 carrozas adecuadas a la celebración, tanto en su decoración como en la música que emitían, entre la que destacan canciones de Mónica Naranjo. Me resisto a incorporar a estos comentarios alguno de los vídeos y fotografías del evento, y a los interesados les remito a la lectura de El País, que hizo un relato pormenorizado del mismo. Se planteó como una marcha reivindicativa en favor de la Ley Trans y de un pacto contra los discursos de odio.
El alcalde había deseado una marcha reivindicativa y pacífica, algo que parece ocurrió, y a lo que no fueron ajenos los 1.500 policías nacionales, los 700 municipales y los 1.000 voluntarios aportados por la organización, y 180 efectivos del Samur. Al final la marcha se disolvió pacíficamente.
Pues bien, en este país somos muchos millones los que nos sentimos orgullosos de ser españoles, de nuestra historia (no confundir con la Memoria Histórica), de la Transición que nos trajo la democracia, de nuestra heterosexualidad… y de tantas cosas.
Personalmente me siento orgulloso de ser español, vallisoletano y cristiano. De haber recibido una formación muy completa en el Colegio de Lourdes. De mi familia, de mis amigos y de mi actividad profesional, primero en la medicina y en la docencia y después en la política, y muy especialmente de mis 20 años como alcalde de Valladolid y del apoyo que elección tras elección, hasta siete veces seguidas, me prestaron mis conciudadanos.
Por ello me sublevo cada vez que oigo o leo que no hay más orgullo que el que se exhibe cada año en Madrid, y por qué negarlo, en multitud de ciudades del mundo entero. Yo mismo me vi sorprendido por el respaldo de la ciudad de Toronto al coincidir con mi único viaje al Canadá. Pero eso no da derecho ni privilegio alguno a los diversos colectivos integrados en el movimiento LGTBI+ sobre los heterosexuales, ni a estos sobre aquellos. Respeto mutuo y punto… pero reservar plazas para miembros del colectivo, cosa que está ocurriendo, es si plenamente inconstitucional.
P.D.: en el primer capítulo de cualquier manual de biología se deja claro que en la especie humana tan sólo hay dos sexos que marcan todas y cada una de nuestras células. Todo lo demás pueden ser sentimientos… o para montarse un chiringuito y optar a la consiguiente subvención.
Hasta la semana que viene.