No he leído 'Los versos satánicos' de Salman Rushdie como no he leído tantos otros libros. Así que supongo que para algunos, ello no me da derecho a hablar del asunto de fondo, que es la libertad, como quienes creen que si no tienes hijos no puedes hablar de niños, si cuestionas el lobby LGTBI es que no respetas a los homosexuales o si crees que limitar el uso de la calefacción es una cacicada, significa que estás a favor de que Putin asesine a más niños ucranianos.
Recuerdo aún cuando se publicó el libro maldito y el ayatolá Jomeini, ese hombre de barba larga y cejas muy negras, como de teleñeco, que amenazaba con tomar Andalucía, lo condenó a muerte poniendo precio a su cabeza por más de tres millones de dólares a finales de los años '80. Pidió a sus fieles en todo el mundo que quien encontrara a Rushdie, lo asesinara. Desde entonces, el autor de 'Los versos satánicos' ha vivido 30 años semioculto y con escolta. El pasado viernes, cuando iba a dar una conferencia en Nueva York, un musulmán de 24 años lo apuñaló varias veces y de tal gravedad que el escritor se debate entre la vida y la muerte conectado al respirador de un hospital.
La cosa es que ahora hay que salir a condenar la salvajada de que un islamista haya apuñalado al escritor británico, como si pudiera dudarse de que es una salvajada en sí misma. Es un poco como cuando había que condenar los atentados de ETA porque se sabía que había quienes se sentaban en el Congreso de los Diputados y consideraban que matar estaba mal, pero no tanto si era a quienes creían más en Santiago Bernabéu que en Sabino Arana.
Así que ahora violan a una mujer o apuñalan a Rushdie y salimos rápido en busca de los tuits de los hunos y los otros para confirmar nuestras sospechas y perder un poco el tiempo enredándonos en dedos acusadores.
Luego llegó lo de este Papa argentino que dijo aquello de que si alguien se metía con su madre, haciendo una analogía entre la madre terrenal y la celestial, lógico que al cabreo le sucediera un puñetazo. Su Santidad comenzó siendo el Papa que hablaba simpático y cercano, con ese acento argentino dulzón de tango irrechazable; y ahora lo tenemos haciendo campaña por lo del cambio climático.
Lo del sentimiento religioso es algo muy profundo y antiguo. Lo de que Salman Rushdie haya tenido que vivir medio escondido y con escolta 30 años desde que publicó aquel libro porque Irán puso precio a su cabeza, es un poco medieval. Un poco como cuando las ofensas familiares de antaño, cuando el chaval metía mano a la chica, les pillaba el padre de ella a la vuelta de cazar unas perdices, y se montaba la de San Quintín y una boda rápidamente.
Salman Rushdie no ridiculizó la imagen de Mahoma en procesión por las calles de Irán, como aquí hicieron cuando sacaron en hombros una vulva enorme en lo que llamaron la Procesión del Coño Insumiso mientras leían textos en los que se hacía referencia al Credo y al Ave María. Porque si hubiera hecho eso en un país musulmán, probablemente lo habrían matado en el acto; y de hacerlo en España, a lo máximo le habría caído una pena de multa de ocho a doce meses, según el artículo 525 del Código Penal.
Volviendo a los de las procesiones de las vulvas insumisas, es curioso que quienes ofenden así la religión católica por considerarla retrógrada, defiendan o callen ante religiones que sentencian públicamente a muerte a un escritor por un libro que los ridiculiza o que asesinan al traductor al japonés de dicho libro apuñalándolo hasta morir desangrado. El rastro de sangre que deja la publicación de 'Los versos satánicos' se parece ya al de una película de Tarantino.
Y en relación con la libertad de expresión, tenemos en España a la revista 'El Jueves' haciendo sátira muy a menudo con la imagen de Jesús de Nazaret, hasta haberlo dibujado incluso con la cara de un demonio. ¿Y? Por supuesto les asiste el derecho a la libertad de expresión y, además, no temen en absoluto que un seguidor del carpintero de Judea vaya a ir a la redacción de la revista a cometer un atentado. Porque viven en un país de tradición católica, y no musulmana.
Pero volviendo a lo de 'El Jueves', cuando dos islamistas entraron con dos fusiles en la redacción de la revista francesa Charlie Hebdo en 2015 y asesinaron a tiros a doce personas como represalia por haber caricaturizado a Mahoma, El Jueves decidió no salir al día siguiente -como gesto de rebeldía y solidaridad con sus compañeros galos- con una caricatura del profeta, por miedo, decían, a que se repitiera lo mismo en las embajadas españolas. El miedo es libre.
Así las cosas, tenemos pues dos escenarios bien diferentes: el de una religión que traga con toda ofensa que nada tiene que ver con la crítica o el chiste, pero es constantemente señalada como retrógrada en su conjunto ante cualquier abuso o actitud execrable; y el de otra que condena a muerte a quienes considera infieles o entra en un periódico y asesina a 12 personas por haber dibujado unas caricaturas de su profeta, mientras recibe todo tipo de respetos y comprensiones por parte de la vieja Europa, y con la que en seguida se diferencia al todo de una parte radical. En Nigeria el Estado Islámico es más práctico y no espera siquiera a que escribas un libro: entran en la iglesia cristiana y disparan contra ancianos, mujeres y niños indiscriminadamente. El pasado seis de junio acabaron con la vida de 50 de ellos que se encontraban rezando.
Con todo lo ocurrido, en seguida se apresurarán los de siempre a compartir las culpas de lo ocurrido, como diluyendo el asunto en cuestión, no sea que cale entre la población que permitir que Occidente se islamice es un atentado en sí mismo a París, a las minifaldas, la píldora del día después, a las películas de James Bond, a las verbenas de los pueblos, a las borracheras con los amigos un sábado por la noche, a los bikinis en las playas y contra el deseo inaplazable de dos cuerpos en el asiento trasero de un coche. Es pegarle un tiro a la libertad.
Así que el hecho de que un musulmán de 24 años, hijo de inmigrantes libaneses, haya apuñalado al escritor británico por haber ofendido a su profeta, pasará a convertirse poco más o menos en la excusa para relacionar fanatismo con toda religión, y no concretamente en la que a día de hoy es la que nos deja en pleno siglo XXI escenas como la del pasado viernes en Nueva York, es decir, en países civilizados.
El asesino, ya arrestado, resulta que dicen que es estadounidense. Ya se sabe que al final, lo que uno cree, acaba siendo casi siempre lo que es, porque creer lo de los demás es como reconocer lo incompleto de uno mismo. El radical islámico es estadounidense porque lo dice un pasaporte, pero su ataque a Rushdie va precisamente en contra de la libertad individual que representaron en su día Estados Unidos y Occidente.
Uno es más su cultura que lo que diga su pasaporte. Es como cuando alguien se empadrona en Madrid para pagar menos impuestos pero vive en Jerez de los Caballeros. Pues no. De Madrid se es cuando los atascos ya no te parecen tan largos, se ha pasado uno la parada de Conde de Casal alguna vez o sabes que en La Tasca del Retiro dan las mejores croquetas de la capital. De Madrid se es para siempre.
Hace unos años, 'Los versos satánicos' llegó a quemarse públicamente en las calles de Europa y los fundamentalistas se manifestaron en Hyde Park. El pasado viernes llegaron aún más lejos apuñalando al autor y dejándolo debatiéndose entre la vida y la muerte conectado a un respirador en un hospital.
Obras que se queman y se prohíben, generalmente porque pueden hacer pensar diferente a aquellos que mantienen en el poder a quien las ordena quemar. La batalla cultural es precisamente ésa: es Rushdie o la tiranía. Es Rushdie o el Muro de Berlín. Es el burka o el bikini. Es la sátira insolente, aunque te moleste, o la censura. El pensamiento único o la libertad.