Las declaraciones de la presidenta de Madrid en el programa de Alsina en las que dijo que la decisión última de abortar es de la menor que quiera hacerlo, fue una llamada sutil para acercar posiciones con el electorado socialista desencantado con el radicalismo del actual PSOE, ahora que las encuestas dicen que Feijóo roza la mayoría absoluta.
Pero también fue un aviso a los Ayusers que veían en la madrileña la gran esperanza conservadora para su país. Porque Ayuso, ese fenómeno de masas sin precedentes en la derecha española, tiene esa capacidad: la votan tanto conservadores como liberales y más de un padre de familia socialista que este verano no ha podido irse de vacaciones.
Después de aquellas declaraciones de la presidenta de Madrid, uno parece como que ve al PP más moderno, menos conservador y más social. Un giro ideológico impuesto por la izquierda y aceptado sin resistencia por los de Feijóo desde mucho antes de que llegara el gallego a Génova. Porque el Partido Popular regaló hace años a la izquierda la batuta moral con la que aceptó sin rechistar que ser conservador era retrógrado.
Pero ¿puede llamarse progreso a que una menor de 16 años pueda abortar sin que siquiera hayan de tener conocimiento sus padres? ¿Es progreso poder decidir sobre la vida de un tercero?
La naturaleza humana hizo su trabajo el día en el que el leonés Jesús Vidal arrancó la mayor tanda de aplausos que se recuerda en el auditorio de los premios Goya al recoger el premio al mejor actor revelación por la película Campeones, en un alegato sin precedentes a la familia y a la vida, que duró casi cinco minutos. Él tiene una discapacidad visual que le sobrevino con 20 años, pero en el reparto de la película se encontraban otros diez actores que nacieron con síndrome de Down. Actores que pudieron estar en aquella Gala de los Goya porque en su día sus madres decidieron seguir adelante con su embarazo. ¿Habría sido progreso haber decidido sobre sus vidas antes de que nacieran? ¿Tiene alguien derecho a decidir que otro no nazca? ¿Cuántos de los que aplaudieron aquel día podrían haber seguido defendiendo decirles a la cara a esos actores que sus madres tenían derecho a no haberlos dejado nacer?
Enseguida salieron unos y otros tras las declaraciones de Ayuso a buscar argumentos a favor y en contra de una cuestión sin duda compleja, dado lo fácil que es opinar sin ser objeto de una situación especialmente desesperante según qué circunstancias. Enseguida salió a la palestra lo inhumano de prohibirle a una menor no seguir adelante con un embarazo tras una violación, como si no pudiera tener acceso tras semejante episodio de violencia y deshumanización a una pastilla que impida el embarazo tras ser atendida en un hospital.
Luego están los que pretenden mezclar el debate con que España tenga la tasa de natalidad más baja de su Historia. Como si eso pudiera importarle a la mujer que se enfrenta a un embarazo no deseado. También acuden en masa a las declaraciones de Ayuso quienes reducen una cuestión tan radical y compleja como el aborto a señalamientos ideológicos, ahora que todos somos juez y parte de lo que les ocurra a los demás.
Así, el Partido Popular continúa sacudiéndose la caspa del conservadurismo y abrazando la causa progresista, a veces liberal, en un baile de la confusión que el otro día, tras lo de Alsina, dejó a muchos seguidores de Ayuso sin saber muy bien cómo reaccionar. Había dos posibilidades: mantener el discurso propio, o abrir la mente y adaptarla a las declaraciones de la presidenta de Madrid, como consecuencia inevitable del absoluto abandono del fomento de la opinión personal crítica -y no política-, y que da muestra del fracaso último y más importante de nuestro sistema educativo.
Tal es el poder alienante de los partidos políticos que uno puede tuitear un día aplausos a que Ayuso defienda más políticas de natalidad y en contra de fomentar el aborto, y al día siguiente estar convencido de que permitir a una menor de 16 años abortar sin el permiso paterno está bien si ella lo quiere. Gracias a Ayuso muchos de sus votantes han madurado y ahora son menos conservadores, parece ser. Porque sentirnos respaldados en nuestros pensamientos y ver que tienen cabida en la masa social, hace que nos sintamos todos más seguros. Somos animales sociales, al fin y al cabo, y percibimos el peligro de quedar aislados del grupo por ir contracorriente.
Lo radical es comprobar cómo quienes defienden el aborto a ultranza comparten luego en sus redes sociales la alegría de estar esperando su primer hijo en sus primeros meses de embarazo. Está visto que un feto es un hijo si decides tenerlo, y un conjunto de células si decides abortar, por lo que convertimos una misma cosa en diferente cuando su naturaleza es la misma.
La madurez implica precisamente experiencia, sosiego y mayor capacidad de análisis. Justo de lo que carece la política hollywoodiense con la que nos encontramos hoy en día, con esas puestas en escena que necesitan de un séquito de asesores para que los políticos nos caigan bien mientras dejan huérfano el debate de unas ideas que marcarán a posteriori tanto nuestro pensamiento como nuestra vida individual y cómo nos relacionamos con lo que nos rodea y acontece.
Hemos ido poco a poco asumiendo que la ideología de un lado y el otro deformen la naturaleza de las cuestiones radicales sin contar en ningún momento con la Filosofía, que de lo que precisamente se encarga es de ahondar en las cuestiones radicales, lejos de lo que la política entiende por el término en cuestión.
Dice Santiago Navajas, que se ha convertido en uno de los referentes más importantes de la Filosofía en nuestro país, que los conservadores recurren a la culpa, los progresistas al miedo y los liberales a la responsabilidad. Definición que viene como anillo al dedo a un asunto que cada partido político arrastra hacia su ideario.
La cuestión de fondo es que al ciudadano, borracho de bilis política y enredado en el enfrentamiento estéril, ya sólo le queda tiempo y ganas de adaptar su pensamiento originario a los vaivenes del partido con cuyas propuestas de regulación de la vida pública se siente más cercano, lejos de asumir su responsabilidad ni de detenerse a analizar su postura en cuestiones tan hondas.
Lo difícil es saber cuándo se es liberal, progresista o conservador, ahora que avanza sin freno esa sociedad líquida que definió Zygmunt Bauman, donde nada es sólido y todo puede moldearse, es decir, ser, dependiendo de lo que cada individuo entienda por cada cosa y como a cada cual le convenga.
Así que tenemos pues delante a un PP líquido incapaz de tener la valentía de trasladar la necesidad de desideologizar las cuestiones radicales que afectan a cómo entendemos la realidad, para centrarlas en el debate de lo que son por sí mismas. Y en eso andamos.