El euro barómetro, que está para saber qué pensamos los europeos sobre una serie de cuestiones, continúa manteniendo en lo bajo de la tabla la confianza de los ciudadanos en los partidos políticos. Otras dos instituciones dignas de la misma causa son los Gobiernos y los Parlamentos, con lo que viene a ser más de lo mismo.
No son de extrañar, entonces, los altos índices de abstención electoral y la reciente proclividad a votar a partidos extremos, es decir, que cuentan las cosas sin tapujos, aunque hieran los oídos de los votantes o se sitúen en el límite de la legalidad, como acaba de pasar en Suecia o como las encuestas anuncian que puede suceder en Italia.
España no es ajena a este fenómeno y, si no hay más críticas al tercer poder del Estado, el Judicial —pese a las conversaciones que dice oír en el metro o en el bus la ministra Llop— se debe a que éste está manipulado por los dos primeros. ¿Qué otra cosa cabe decir, si no, de la triquiñuela legislativa para dejar sin efecto la sentencia que obliga a enseñar un mínimo de castellano en Cataluña? Otro tanto es aplicable al indulto a los condenados por el 1-O o el que se prepara para Griñán por su encarcelamiento debido a los ERES.
Es decir, que nuestras instituciones se han buscado a pulso su propio descrédito y están situando el sistema democrático —un mal sistema, pero todos los demás son peores, según Winston Churchill— en mínimos preocupantes.
Afortunadamente, este sin sentido no encuentra su vía de escape en la violencia, con una ciudadanía que posiblemente no se merezcan nuestros políticos. Pero no olvidemos que tanto llevar el cántaro a la fuente al fin se rompe y tanto jugar con las esperanzas y la paciencia de los electores puede afectar negativamente a la paz y a la concordia de todos.