Me he mantenido al margen de polémicas absurdas durante mucho tiempo. En esta ocasión no he podido evitar escribir en mi visita a Guijuelo, donde asistí a una Clase Magistral de los alumnos de la Escuela de Tauromaquia de Salamanca que, esta temporada, han dejado el centro dependiente de la Diputación, y han dado un paso adelante al debutar con el castoreño.
No me ha quedado más remedio para defender este espectáculo que, por suerte, ni es de izquierdas ni de derechas, ni del centro ni del extremo. Es de todos a los que les guste disfrutar del espectáculo que brinda un animal bravo y noble, el toro, nacido y criado para ese fin. Que nadie, principalmente ningún político ni menos los partidos políticos, intenten apropiarse de la fiesta de los toros. Flaco favor le hacen con tanta soflama vacua de defensa de los toros. Los toros se defienden llenando las plazas, unos. Haciendo normas a favor de los aficionados, otros. Poniendo precios asequibles y organizando ferias y festejos de interés los otros y, los de más allá criando un toro serio, íntegro y no dejarse embaucar por las figuras para la crianza del animal dócil y sin emoción. Y los unos toreando al toro íntegro, sea del hierro que sea, y dejarse de vetos, mandangas y tonterías y se pongan a torear. Así se salva la fiesta, no con tanta monserga, soflamas y alineamientos políticos que ya huelen.
Cuesta entenderlo a mucha gente, no lo dudo. Pero no debería costar tanto entender que, de no ser por la fiesta de los toros, en su amplia extensión de eventos, serios o populares, el animal toro no tendría razón de ser. El ganadero, con la cría del toro bravo, al margen de su bonhomía, busca su rentabilidad. Y, por desgracia, el cuidado y la cría de este animal son muy caras. Necesita de amplios espacios para vivir y, de paso, de cuidados especiales en la alimentación y la sanidad. ¿O, quizás, todos los que se consideran anti prefieren la extinción del toro? Una cuestión que deberían plantearse.
Muy a su pesar, la Tauromaquia entendida en su todo -seria y popular- tiene futuro. Tiene porvenir porque nadie -sea del color político que sea, morado, rojo, naranja, verde o azul- puede truncar la ilusión de un joven que aspira a convertirse en torero, en cortador, en rejoneador o en un simple corredor de encierros. Esa ilusión es más poderosa que los grupúsculos que intentan imponer su voluntad a una mayoría aplastante. Decía el maestro de maestros -porque hoy en día, en otra perogrullada, se llama maestro a cualquiera-, Santiago Martín 'El Viti', "mientras haya un toro en una ganadería, siempre habrá un joven dispuesto a torearlo".
No lo conseguirán porque la ilusión de cientos de jovencitos alumnos de la Escuela de Tauromaquia de Salamanca -de ayer, de hoy y de mañana- está por encima de sus deseos dictatoriales. Esos chavales -digamos Antonio Grande, Ismael Martín, Raquel Martín o Mario Navas, por citar los últimos que han dado el paso al escalafón novilleril- no se cambian por nada ni por nadie. Esa ilusión hecha realidad. Ese sueño tantas veces vivido en la inconsciencia más feliz. Ese anhelo de 'llegar', de pasear unos trofeos, de recibir uno o cinco ramos de flores que vuelan desde los tendidos, de ese grito de ¡guapo! lanzado por la abuela... La ilusión de esa vuelta al ruedo triunfal -que nunca se olvidará, que permanecerá marcada a fuego en la memoria del chaval/persona- está muy por encima de quienes desde su pensamiento único quieren truncar esa esperanza.
Viene este artículo a cuento de ciertos insultos, incluso amenazas, recibidas en las redes sociales por escribir, hablar o exhibir imágenes de festejos taurinos. Afirmaba un 'conservador de derechas de toda la vida' como Joaquín Sabina, "el que no quiera ir a los toros, que no vaya. Y que se dejen de tocarnos los cojones, que hay cosas más importantes. Pero que no hablen de ecología ni de amor a los animales, porque no conozco a nadie que los ame más que los ganaderos y los toreros".
Ni truenos ni rayos ni centellas ni aunque caigan piedras del cielo podrán con la tradición popular... Pues eso, que lo entiendan de una vez, cachis!