Una empresa no crece por tener muchos directivos, sino por tener buenos trabajadores, ni incrementa su beneficio por pagar bien a sus directivos, sino por hacerlo a sus trabajadores.
Una familia no crece mejor por comer mucho los padres, sino por darles de comer correctamente a los hijos. No es mejor una familia en la que se gasta el dinero en los padres, sino la que lo invierte en la educación y bienestar de los hijos.
Una democracia se fortalece no por tener muchos políticos, sino por tener políticos que representen a los ciudadanos y trabajen sin descanso para tener los mejores resultados, que sirven y no se sirven de sus electores.
La democracia no se caracteriza por tener un parlamento de muchos políticos con buenos sueldos, ni por votar cada cuatro años, ni por alternar en el poder uno y otro partido, sino por tener un parlamento que controla al ejecutivo y no que esté sometido al líder del ejecutivo, que representa a los ciudadanos y no al jefe de partido, con parlamentarios que están dispuestos a discutir con su jefe en pos del bien de sus votantes, que se someten al control de los ciudadanos y que les rinden cuentas de su gestión, que se vence ante las agencias independientes, que acepta los más altos niveles de accountability.
No puede ser que tengamos unos políticos que nos dividan en hombres contra mujeres, en ricos contra pobres, en rojos contra azules, en guapos contra feos, en los míos contra los tuyos, porque ellos, votados por unos o por otros, nos tienen que representar y servir a todos o irse, porque no sirven.
No puede ser que la discusión sea más o menos impuestos, cuando el trabajo es optimizar los servicios con los ingresos recibidos; en definitiva, reducir gastos, incrementar inversiones y gestionar los impuestos de forma adecuada, devolviendo al ciudadano unos servicios acordes y lo más ajustados posible a lo que se recauda. No por recaudar más tendremos mejores servicios, sino por servir mejor y gestionar adecuadamente.
Si aplicamos la receta de menos impuestos debemos de, a la par, reducir el gasto superfluo y gestionar mejor los ingresos; pero, si subimos los ingresos, tendremos la tendencia a gastar más y no a gestionar mejor, por lo que la subida impositiva debe de venir precedida de una gestión eficaz, de una minoración del gasto innecesario y no de programas de publicidad, marketing y populismo.
Si, como alguno ha propuesto, vamos a subir los impuestos a los ricos, está contra su supuesta progresía (recordar Saraiva de Carvalho le dijo a Palme: "Nuestra revolución va a acabar con todos los ricos" a lo que Palme contestó: "Vaya, lo que nosotros queremos es acabar con los pobres") amén de que, en ese caso, lo deberían pagar los políticos que son más que los ricos, cobran emolumentos muy superiores a la media y su gestión no es la más eficaz.
Si queremos una democracia fuerte, sólida, de alta calidad, necesitamos reducir los políticos, imponerles unos niveles de exigencia moral, ética y profesional (que no de titulitos) elevada, que estén sometidos al mayor número de controles de agencias independientes, de modelos informales y de estructuras institucionales no manipulables por ellos, sino al servicio del ciudadano, que exigirá una gestión de lo público eficaz, eficiente, austera, con las máximas coberturas y acorde a los impuestos que paga, pues cumpliendo todo esto, después podremos discutir sobre si subir o bajar impuestos y no jugar con cartas marcadas en las que siempre gana la 'banca', el político.