Media Europa está escandalizada y cabreada por el triunfo del partido de Giorgia Meloni en Italia. Se esgrime la amenaza del fascismo por las posturas claramente conservadoras de la formación y se especula con todos los males que puede llevar al país transalpino.
Lo cierto es que el partido de los Hermanos de Italia va a formar Gobierno y que ya desde el momento mismo de la victoria electoral, si no antes, ha moderado sus postulados, acompañado en su actitud por sus compañeros de coalición. ¿Dónde estará, pues, el fascismo?
De lo que se trata es de otra cosa, de que un partido de derechas sin complejos, va a gobernar un país importante y se va a homologar así con otros que presumen de más pedigrí democrático. Meloni no va a poner las instituciones patas arriba ni tampoco va a cuestionar una Unión Europea con la que es crítica, pero a cuyos fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia les va a dar un “uso eficiente”, lo mismo que ha condenado activamente la invasión de Ucrania por Putin y, todo eso, sin abjurar de su programa político.
¿Y qué tiene que ver eso con Vox? Pues en la homologación de ambos partidos en el espectro político y en la sintonía de sus dirigentes. Para los españoles, la acción de gobierno de Meloni será un ejemplo de lo que podría suponer un eventual paso de Vox por el Gobierno de España si logra una mayoría estable con el PP.
Dada la similitud de las tesis políticas de ambos partidos de derecha —ultraderecha, dicen sus enemigos declarados—, cabe suponer que la gobernación de Italia sería una pauta de lo que haría Vox en su caso, porque una cosa son los programas de máximo y otra muy distinta los planes de mínimo. Un ejemplo lo tenemos en la oposición de Vox al Estado de las autonomías, cuya supresión nunca llevará a cabo por imposibilidad casi metafísica.
O sea, que gústele o no a Núñez Feijóo, el triunfo de Meloni es una oportunidad y un reto para mostrarnos lo que sería capaz de hacer Vox si llega a ir de la mano con él.