Agradecía a los directores de este periódico ayer el periodista y exdirector de Antena 3 Radio, Santos García Catalán, la libertad que se le da aquí para escribir, mientras aprovechaba para felicitar a quienes han conseguido los históricos datos de audiencia que OJD Interactiva y ComScore han dado a EL ESPAÑOL-Noticias de Castilla y León.
Decía que agradecía la libertad que tiene para escribir. De sus cosas. Sus novilladas y sus toreros, agarrado a la vida que le apetece, a esa vida que es en una Comunidad donde aún se puede ser novillero o cantar una canción de David Summers sin ser castigado socialmente. Algo que pasa ya casi sólo en las comunidades de interior, en ésas en las que aún se sale de trabajar y se come en casa después de recoger a los niños en el colegio, o en las que tienen playa pero mantienen ese clasismo que les hace estar en otras cosas, como Cantabria.
-Gracias por la libertad que me dais para escribir- decía. Y sin quererlo, el manchego afincado en Valladolid sacudía el avispero periodístico de hoy, con redacciones donde el recién llegado, bregado en la opinión inmediata a través del móvil, que es la antítesis del periodismo, pasa rápido de larva a avispa, con el aguijón preparado para servir al amo. Que lo que uno quiere por encima de todo es vencer al otro, que ya es el enemigo siempre, o convencerlo de lo equivocado que estaba. Al final, convencer tiene algo de triunfo que convierte al convencido en derrotado.
Y entre este lío, Santos Catalán escribe sus crónicas y sus noticias, de nuevo, como aquel chico que aterrizó en La Verdad de Murcia con un lápiz y una libreta para contar lo que veía. Porque cuando uno se hace mayor, se vuelve chico otra vez y se da cuenta de todo.
La libertad que tiene Santos García Catalán cuando escribe en EL ESPAÑOL-Noticias de Castilla y León es la que ha llevado al periódico, entre otros motivos, a encontrar 1,8 millones de lectores hartos del activismo mediático. Que además de agotador es muy aburrido porque uno sabe de sobra qué va a encontrar sin necesidad de leerse la noticia según qué periódico abra.
Además, es una libertad que viene también de que en Castilla y León se puede ser más libre porque nunca pasa nada, excepto que se nos quema entera o que ya no quedan niños corriendo con las bicis por los pueblos. Ni por las ciudades. Que también lo han prohibido excepto por el camino marcado. Siempre hay un camino marcado.
Es la misma Castilla y León de siempre, la de lo adioses en la estación del tren porque al niño le ha salido un trabajo donde gana más en Madrid, hasta que descubre a los cincuenta que Madrid se lo ha comido a él; la de los agricultores quejándose por la PAC y la de los abuelos yendo a cobrar su pensión al banco. Ahora tienen que pedir cita, como en el ambulatorio. Lo llaman progreso. A ellos los convencen de que así cuidan más del planeta, y a nosotros nos calzan mientras tanto un vídeo de un coach hablando de lo importante que es escuchar a los mayores. Y todo en el mismo día.
Pero es verdad que vivir donde nunca pasa nada es como ver las guerras desde el televisor y apagarlo después para salir a tomar un vino. Es como si en Castilla y León todavía se pudiera más o menos decir y pensar lo que a uno le dé la gana con algo más de libertad que en otros sitios porque de aquí, si no es porque ha entrado Vox en el Gobierno, lo cierto es que no se acuerda nadie.
Antes, con Juan Vicente Herrera de presidente de la Junta, no atinaban en los telediarios ni a poner bien el nombre de la Comunidad, y lo convertían sin querer al burgalés en presidente de Castilla La-Mancha en las contadas ocasiones en las que Castilla y León merecía el minuto y veinte segundos que dura una pieza informativa en televisión. Hoy ya estamos más en el mapa del ruido aunque poco todavía, si exceptuamos que Igea se hizo contertulio de los Ristos y Mejides porque todo el cabreo no le cabía en Twitter.
Aparte de todo esto, en Castilla y León, todavía se puede ser gay y cantar en un concierto 'voy a vengarme de ese marica' que decían los Hombres G, y sin flagelarse mentalmente por ello. O ser mujer y hacer lo propio con el 'Soldadito marinero' de Fito, que nos cuenta que Mariela era muy guapa pero un poco puta. Es probable que ahora la nueva inquisición que cercena tan impunemente las libertades, señale la canción de los Fitipaldis de feofóbica por escoger a la más guapa, y no a la más fea; antes de hacerlo por criticar que la chica tuviera un negocio entre las piernas. Vaya usted a saber.
Son los tristes, la nueva inquisición. Los que convierten en blasfemia todo lo que pueda diferenciarnos y revisan libros, canciones y películas. Arrancan de esas creaciones aquello que pueda ofender, que puede ser todo, y las devuelve al mercado con un lifting creativo que las convierte en nada.
Menos tristes pero más inteligentes a la hora de secuestrar la libertad son quienes censuran a presidentes del INE o del CNI; o a guardias civiles que se creían que el Todo por la Patria debía estar por encima del Todo por el Gobierno. Que cuando no nos gusta el relato, basta con cambiar al mensajero o a quien analiza esa información. No todo el mundo es Tezanos.
Lo de la libertad es algo muy complicado, sobre todo cuando se le intenta imponer al de al lado, y la realidad es que el de al lado tiene la suya propia, que ya con eso tiene bastante y no necesita más.
Luego están los de siempre, que hacen de lo que ellos consideran lo útil, la verdad, que Ortega nos advirtió de que era el comienzo de la mentira, antes de ser zarandeado por unos y por otros por querer deberse a lo que las cosas son por sí mismas, en un ejercicio mayúsculo de libertad individual.
Al final, uno no es libre del todo prácticamente nunca ni en ningún sitio. Ni siquiera de sí mismo. Pero a veces ocurre que de repente, en medio del ruido, encontramos donde, al menos, intentar serlo, como le ocurre a Santos García Catalán.