El episodio ocurrido el día 21 de octubre de 1805 es conocido históricamente como la Batalla de Trafalgar. Uno de los días más tristes y heroicos de nuestra historia. Para la mayoría es un día como otro cualquiera que pasa sin pena ni gloria, sin recuerdo y ni conocimiento de un episodio tan singular que se escribió con la sangre de tantos hombres que se vestían por los pies. Gravina, Ignacio María de Álava, Hidalgo de Cisneros, Churruca, Alcalá Galiano, Cayetano Valdés y Flórez, Antonio de Escaño, Francisco Alsedo y Bustamante, Javier de Uriarte y Borja, y tantos otros cuyas biografías son todo un ejemplo con los que es muy difícil hoy en día compararse. Por eso son silenciados. En el bando contrario señalar que murió Nelson.
Los difusos que no sabemos por donde se visten se preocupan de prohibir la mendicidad con perro, jugar al dominó en las terrazas de los bares, hacer el amor en un coche o entre otras hacer castillos de arena en la playa. Otra incongruencia más de estos inútiles. Es una de las infinitas maneras de que los mediocres puedan exigir o hacer algo para serlo un poco más. Eso sí trabajar poco y servir a los demás menos. Hemos escuchado afirmar que el Covid no iba a ser grave, que no provocaría una crisis económica, después que la guerra de Ucrania no nos iba a afectar para pasar a escuchar que la culpa de la actual crisis la tiene la guerra de Ucrania. Siempre han sido sinceros y nos han contado la verdad. Con el tiempo toca aprender a frenar la lengua y a reaccionar cada vez que escuchamos o vemos algo que no nos gusta. Aprendes a relajarte, a evitar lugares, situaciones, informaciones y personas que no valen la pena como para perder el tiempo y la energía.
Nos vamos adormeciendo, tanto que toleramos lo que ocurre a nuestro alrededor pensando que no podemos hacer nada para evitarlo. Pensamos incluso que España cansa. Banalizamos convirtiendo nuestra vida en trivial, común o insustancial. Trivial lo equiparamos a vulgarizado, común y sabido de todos. Acostumbrarse a vivir con el mal no significa necesariamente banalizarlo. Lo hacemos no porque pensemos que no es algo malo sino porque remediarlo es algo que en general consideramos fuera de nuestro alcance. La inevitabilidad no es la única interpretación, pues hay quien sin ser un malvado acepta a veces un mal, por considerarlo remedio de otro mal mayor o como un instrumento para obtener gloria y beneficios personales.
Todo el mundo tiene moral aunque algunos no tienen ni conciencia de que existe. La vieja idea de que el trabajo dignifica al hombre parece obsoleta en una sociedad donde el ocio, el consumo y la pereza son los fines últimos, y donde la información no tiene más que el valor económico. Los malos sentimientos tienen tendencia a darse en conjunto. La envidia suele ser el camino de la soberbia y la codicia y a la inversa. Muchas envidias dan lugar al odio y a la miseria moral. La vanidad puede generar codicias, envidias y odios sostenidos y profundos, además de egolatría y soberbia. Pocos están libres de malos sentimientos. Lo peor es que en muchos individuos se perpetúan generando en el individuo la degradación de su salud y en especial su mente. El odio destruye al que odia e incluso al odiado, pues muchas personas sufren cuando se sienten odiadas. La humanización del contrario es la mejor forma de aliviarse de ese acoso.
Hay ciertas corrientes del ecologismo y el animalismo que odian profundamente todo lo humano e incluso el arte que es la mayor expresión de lo humano. Atentando sobre obras maestras del arte e incluso pegándose a ellas. Lo que tendría que estar penalizado en grado sumo como si de una persona se tratara. En el fondo no son más que ignorantes disfrazados de mascotistas. Misantropía disfrazada de ausencia de esperanza en nuestra especie. Ayudados por una generación de periodistas que, sin pertenecer a ninguna tendencia política, asumen todos los postulados que se nos impone desde el progresismo y ven moralmente aceptable pensar así, porque carecen de conocimientos por sistemas educativos que priman las sensaciones y las cosas chulis frente al conocimiento. Son casi cincuenta años de falso adoctrinamiento cultural y educativo que parece que va funcionando para peor. Las consecuencias son tan graves como la perdida de nuestra identidad y al final de la vida, que es nuestro lugar en el mundo. El cual ha costado muchas vidas anteriores para ahora dar muchos pasos atrás. La educación y la cultura deberían ayudar muchísimo a combatir la caída en picado de nuestra civilización que camina hacia su autodestrucción de una forma estúpida e infantilista.