Pero, cuándo nos vamos a enterar de que en este mundo no existen más que dos sexos, el masculino y el femenino, que el género no tiene nada que ver con el sexo y que la forma de practicar el mismo no es algo diferencial en los seres humanos.
Por más que nos empeñemos, nacemos hombres o mujeres, crecemos como tales y, en un momento determinado de la evolución humana, en rededor de la mayoría de edad, se consolida un modelo de relación o práctica sexual, habitualmente entre los distintos sexos, sin perjuicio de que existan seres humanos que lo prefieran entre los de igual sexo, con animales, con violencia consensuada, utilizando juguetes... en definitiva, con modelos de prácticas milenarias y muy variadas, todas, o casi todas, perfectamente dignas, permitidas y que no deben de tener afección en las relaciones ordinarias entre los distintos seres humanos.
Por otra parte, las relaciones sexuales, siendo muy importantes e incluso vitales, en el ser humano, tienen una afección en el normal desarrollo de las diversas relaciones humanas de carácter ínfimo, de forma que puedes relacionarte con tu compañero/a de trabajo, de fiesta, de sociedad, sin que su sexualidad o el modelo sexual que practique tenga incidencia alguna en la misma.
Yo no cambio mi modo de relacionarme con un compañero mujer, un procurador homosexual, una juez masoquista, un fiscal asexuado, o un cliente adicto al sexo, pues ni siquiera preciso conocer o saber de su tendencia, manteniendo una relación tan cordial como con cualquier otra persona, y eso es lo que hace y demuestra que la igualdad de trato no depende de las tendencias sexuales, sino de otros factores.
Considero, y sé que es ir contracorriente e incluso ser subversivo, el afirmar que la diferencia de género, incluida desde la ley de violencia de género, es perturbadora, generadora de graves desigualdades y que está comenzando a hacer daño a la supuestamente protegida, la mujer, con estos saltos copernicanos, absurdos y carentes de rigor que se dan con legislaciones de género, como la denominada Ley Trans, en la que se imponen sanciones por sostener y defender que es una locura siquiera su planificación, por más que no salga adelante, que saldrá.
La violencia que ejercen algunos hombres sobre sus mujeres es fruto de una cultura ya superada y que mantiene los últimos retazos, que se debe de afrontar, en el código penal, desde la igualdad de sexos, con la protección integral de la víctima, el amparo de la víctima, las medidas cautelares a favor de la víctima y la cobertura legal de la víctima, sea esta hombre, mujer, joven, viejo, etc., pues el bien jurídico protegido debe de ser la integridad física, moral y social de la víctima, tenga el sexo que tenga y la condición social, cultural, etc. que pueda tener, pues la protección debe de ser de la víctima.
La violencia debe de ser perseguida, con independencia del sexo del agresor y del agredido, así como generar modelos o formas de protección de la víctima, independientemente de lo que curse en su entrepierna, y habrán de aplicarse las agravantes oportunas al que se prevalezca de una posición superior, orine de pie o lo haga sentado. Protejamos a las víctimas que muy mayoritariamente son mujeres, pero no criminalicemos a los hombres por el hecho de serlo y, sobre todo, no generemos nichos de negocio que viven del sufrimiento de las mujeres a las que afirman defender, muy lucrativamente. Si realmente defienden a la mujer agredida, no les importará donar lo que ellos reciben a servicios de protección real... policía, justicia, protección civil, servicios sociales, que se nutren de funcionarios, que ganan lo mismo en un servicio u otro, y no de ganapanes.
Si observamos, en un porcentaje super elevado, el agresor varón suele suicidarse tras la barbaridad cometida, lo que hace sospechar que, siendo el más alto número de muertes en este país de forma no natural, el suicidio, debería de estudiarse, como causa de la violencia contra la mujer, la existencia de un trastorno en las personas con tendencias autoliticas que la genera; es decir, no sólo se produce la violencia de un hombre contra una mujer, sino la de un trastornado que finalmente acaba con su vida.
Si a esta ecuación diferenciadora del género, que supera el concepto de sexo, se le une la legislación en la que el ser humano puede ser de uno u otro "género" a su antojo, si la mujer puede serlo en función de un interés personal o el hombre puede transformarse en hembra con una simple inscripción registral, si, el sexo, no es más que un discurso o un constructo social y no una realidad natural, pudiendo realizarse esas transformaciones incluso en la menor edad sin conocimiento de los tutores y/o padres, el daño que se hace al hombre, a la mujer, a los que padecen el trastorno de la mal llamada disforia de género, pues debiera ser conocida como disforia de sexo, es de una importancia capital, pues las transformaciones no sólo tienen efectos jurídicos, sino físicos que no tienen retroceso.
Disforia es antónimo de euforia y se caracteriza por ser una emoción desagradable o molesta, como la tristeza, ánimo depresivo, ansiedad, irritabilidad o inquietud.
Aquel o aquella que cursa un sexo que no es el suyo tiene mi apoyo, comprensión, cariño y respeto, por más que me pueda costar pasar de llamarle Paco a María, pero no deja de ser un ser humano que sufre y merece mi máximo afecto.
Pero, si grave es la disforia ley del trans que ocasionará daños a quienes la pretendan usar, lo grave es que ocasiona una erosión democrática de difícil sostén, pues se preveen sanciones contra todos aquellos que nos mostremos en contra de la misma, la consideremos una aberración y, por tanto, nos sancionarán por pensar u oponernos al discurso preconstituído por el poder, el grado más elevado de dictadura jamás aplicado.