La muerte de Nicolás Redondo Urbieta, o, más bien, Nicolás Redondo padre, dado el protagonismo que ha adquirido su hijo, del mismo nombre, nos ha conmocionado a los que le conocimos y tratamos en aquellos años últimos del franquismo y de la transición.
Recuerdo que tuve ocasión de compartir con él algunos momentos importantes, como en el Congreso de Suresnes de 1974, en el que nos manifestó a un grupo de compañeros que no quería asumir la dirección del PSOE como primer secretario, ya que, estas fueron sus palabras, “podía tener que detentar pronto la presidencia del Gobierno, cargo para el que no se encontraba dispuesto”. Esta generosidad posibilitó que asumiera dicho cargo Felipe González y que, efectivamente, llegó pocos años después a ser presidente del Gobierno.
Como secretario general de UGT, tuve también ocasión de tratarle y recuerdo que coincidí con él en un intento de manifestación en el Paseo de Recoletos de Madrid, en las postrimerías del franquismo, donde nos hicimos una foto como recuerdo, al igual que compartimos otros momentos destacados, dentro y fuera de España, lo que propició mi amistad y mi admiración hacia su persona.
Pero, lo más sonado de su trayectoria fue cuando en 1988 convocó una Huelga General junto con Comisiones Obreras frente al Gobierno de Felipe González, por discrepancias con su política económica y laboral, que paralizó todo el país durante 24 horas y que tuvo una gran resonancia que le llevó a apartarse de la dirección de su entrañable PSOE. Por ello, el puesto que le correspondía en la ejecutiva federal socialista lo dejó vacío y, aunque su silla no fue ocupada por nadie, su ausencia destacó sobremanera.
Además, dicha Huelga obligó al Gobierno a negociar con los sindicatos y a retirar la reforma prevista, incrementándose el gasto social, reivindicándose la equiparación de la pensión mínima con el salario mínimo y el derecho a la negociación colectiva de los funcionarios y otras peticiones.
Lo que si quedó claro fue su gran independencia de criterio y su irrenunciable defensa de sus planteamientos sindicalistas, de los que nunca abdicó.
Nicolás, de carácter afable y amistoso, era en sus ideas intransigente e inamovible, y así lo demostró siempre siguiendo la estela de Ramón Rubial y Eduardo López Albizu “Lalo”, padre de Patxi López. Unos vascos ejemplares y cuya trayectoria él asumió de forma insobornable. Su nombre ha quedado esculpido entre los más destacados del socialismo español. Descanse en Paz.