Dentro de la pena que siempre se siente por la muerte de un amigo, y en este caso figura destacada de la literatura, como fue Fernando Sánchez Dragó, se recuerdan, como no, con satisfacción los momentos que tuve el honor de compartir con él.
Siendo uno alcalde de Ciudad Rodrigo, recibí una llamada suya diciéndome que si Fernando Arrabal había sido pregonero del Carnaval ¿por qué no lo podía ser él? Yo le respondí que no había ningún problema en que lo fuera, y así sucedió en el año 1990, en que Fernando fue nuestro Pregonero Mayor.
Recuerdo también que aquel día fui a recogerlo a nuestro parador nacional y cuando apareció en la recepción comprobé que iba descorbatado, a lo que le dije que para un acto de este tipo lo habitual era llevar corbata, ya que, además, tenía que dar el brazo a la reina de las fiestas vestida de largo. Me contestó que no tenía ninguna y el director del parador, que estaba presente, le dijo “yo te dejo la mía”, y así fue.
Recuerdo también que sus primeras palabras en el pregón fueron contar la anécdota de la corbata, justificando su desparpajo habitual, y es que, Fernando era así, insolente y atrevido en todo lo que hacía.
Luego coincidí con él en unas jornadas taurinas en las Islas Azores, donde ambos fuimos, en terminología portuguesa, “palestrantes”, esto es, salimos a la palestra, como yo le recordé más de una vez.
Y es que, Fernando, se pasó la vida saliendo a la palestra con su gran capacidad de escritor y comunicador, con obras tan transcendentes como “Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España”, y que produjo, además de impacto, que le otorgaran importantes premios.
Recorrió medio mundo y difundió la cultura española allí donde pasó, siempre con su perspicacia y personal visión de las cosas, como ahora se está recordando.
En nuestra relación personal, casi siempre hablábamos de nuestro común amigo Fernando Arrabal, que seguro estará muy apenado por la noticia de su muerte, y siempre nos contábamos numerosas anécdotas suyas, pues, su tocayo Fernando, también es de dar y tomar.
La última vez que coincidimos fue con ocasión del premio que, a propuesta mía, le concedió la Asociación Taurina Parlamentaria, el día 19 de diciembre de 2022, y después del acto, simpático y brillante, comimos en el propio Senado y tuve el honor de estar sentado a su lado. Yo le dije que le veía muy bien, quien lo iba a decir cuando le quedaban unos meses de vida. Y él me contestó que estaba en plena forma y que, no sé si debo decirlo ahora, tenía actividades semejantes a las que practicaba a los 18 años, lo que me asombró, máxime cuando a su lado estaba su pareja.
Así era Fernando, simpático y cordial y gran aficionado a los toros, hasta el extremo que también ese año, al salir de una corrida en Las Ventas, me confirmó que llevaba 60 años ininterrumpidos yendo a las de San Isidro.
Le recordaremos siempre y su memoria, como dijo Cicerón, “vivirá en nuestro recuerdo”. Descanse en Paz este proverbial y ejemplar español universal.