Ocurría un 25 de abril de 1974 al otro lado de la Raya, en la vecina Portugal por cuyas venas fluye el padre Duero que riega campos y viñedos, que nos hace amigos, hermanos. Irmaõs.
Una revolución cívico-militar tomaba las calles y ponía fin al Estado Novo, que no convocaba elecciones desde 1925. Eran las 00.25 horas del 25 de abril cuando la Rádio Renascença transmitía el "Grandola, Vila Morena" de José Afonso, la inmortal canción prohibida entonces por el régimen dictatorial. Aquella canción, que pone aún hoy lágrimas en los ojos, que pone a galopar a mi corazón, era la señal, la consigna pactada para que el ejército ocupase los puntos estratégicos de Lisboa y después Oporto, Santarém, Faro, Braga o Viana do Castelo, entre otros. Portugal entera era ya para siempre Terra de fraternidade.
El pueblo se echó a la calle, los militares desobedecieron al gobierno salazarista, la Marina se sumó al movimiento controlando los puertos de Portugal, Madera y Azores y la aviación terminó controlando aeropuertos y el espacio aéreo. El régimen cayó como un castillo de naipes, sin levantar apenas una mota de polvo. Sin derramar una sola gota de sangre, sin víctimas ni batallas ni enfrentamientos, sin un solo disparo, Portugal daba una lección al mundo y escribía la más hermosa revolución hecha por el hombre. Civiles y militares, hombro con hombro, cambiaron las balas por claveles, hicieron florecer la primavera en los fusiles.
Con una guerra a las puertas en Europa, con un mundo cada vez más desquiciado por la violencia, pienso a menudo en aquellos capitanes de abril que en plena rebelión llamaban a la calma y a la concordia, que ponían abrazos donde otros ponen bombas, que cantaban por la libertad desamordazando a un país en silencio, donde otros sólo ponen codicia, sed de poder, destrucción, muerte. Capitanes de abril, de la vida, que unieron a un pueblo en la búsqueda de su destino, de su palabra, de su futuro.
Casi cincuenta años después, cada 25 de abril tiene el melancólico acento del fado y la saudade, la voz de José Afonso despertando a un pueblo sin cadenas. Y esta columna es un brindis con el dulce y añejo vino de Oporto, allá donde el Duero se hace océano, por aquellos Capitanes de Abril que redactaron con humildes claveles rojos un mensaje tan grande, tan bonito, que el loco mundo del siglo XXI continúa sin querer aprender. Héroes.