Cuando en el año 1978 nos dimos la Constitución yo tenía 14 años, en aquellos tiempos se cumplía la triada “derecho libertad y seguridad” En el verano corrillo de vecinas y niños jugando en la calle: pico zorro fauna, el escondite, el clavo (ese juego en el que con el destornillador hurtado a la casa y previamente afilado por el herrero más cercano y (al que teníamos aburrido con nuestras peticiones) se trataba de clavar el afilado destornillador dentro de casillas de una regleta dividida en cuadros o rectángulos, la dinámica del juego la he olvidado) nunca olvidaré aquellos tiempos en los que en invierno simplemente tratábamos de no pasar frio y alimentarnos con lo básico, un buen perol de patatas con tocino en las comidas y una sopa de fideos y una tortilla, poco más y en verano disfrutar de la calle.
Nunca el derecho consuetudinario se ha reflejado tan perfectamente como en esas tradiciones.
Siguiendo con la alimentación recuerdo a por leche a la lechería del barrio, autentica leche -esa que mi madre (en el recuerdo siempre) trataba a fuego limpio 1, 2, 3 ebulliciones y ya está- era la pasteurización casera y ¡qué nata dejaba! Lo de ahora, lo siento mucho por los empresarios (que no por los ganaderos) no es más que agua. No digo que no tenga las características de la leche, pero en nada tiene que parecerse a aquella que el ganadero nos servía casi de la ubre vacuna.
La Constitución nos trajo libertad y, se supone que seguridad, debía ser esa guardiana que vigilara que los derechos a ser y estar no deberían ser moneda de cambio de la seguridad. Debía negar la mayor “a mayor libertad menor seguridad” debía ser la norma que asegurara que no se iban a perder derechos por ejercer la libertad sin perder un ápice de seguridad.
Hoy nos encontramos con que para “mayor seguridad alimentaria” hemos perdido derechos, hoy la leche solo tiene de ella el color, tomates que ya no saben a eso, carne que es más que carne agua y antibióticos y de la fruta ya he perdido la sensación de comer una pieza de fruta y, con ello, tomar un bocado de azúcar, he perdido la referencia aromática de ese perejil fresco. Es que hasta las barbacoas huelen distinto.
Que hemos ganado libertad, de eso no cabe duda, tenemos más opciones sobre el que ejercerla pero en lo que a la alimentación se refiere tengo la sensación de que a mayor “seguridad alimentaria” hemos perdido derecho a unos productos básicos, puros, nítidos productos de antaño; algo se ha quedado por el camino.
Sí, creo que por el camino “seguro” de la industrialización alimentaria se ha perdido el derecho y la libertad de comer lo que te dé la gana a cambio de una seguridad que no asegura, valga la redundancia, una alimentación pura, natural y tradicional esa que los pequeños han perdido en el revoltijo de artículos y leyes inútiles que tratan de salvaguardar la seguridad alimentaria son leyes interesadas para el mejor postor.
Al final el ganadero y agricultor “los gran damnificados” entrega un producto bueno y el intermediario lo pervierte en pos de cumplir con el consabido rendimiento económico y las leyes que le obligan a entregar a los consumidores productos que no son lo que parecen ser que son.