El jueves viajaba en el metro de Madrid, iba en la línea 3 hacia Plaza de España cuando en mi vagón llegó una pareja de un hombre y una mujer que se dirigieron a los que estábamos allí, explicando brevemente su situación: no podían trabajar porque no conseguían tener sus papeles en regla. La mujer llevaba una bolsa con chupa-chups y el hombre nos dirigía la palabra. Se emocionó cuando relató que a él le gustaría no haber tenido que abandonar su país, que le hubiera gustado seguir encontrándose con sus amigos en la calle para poder charlar como siempre en cualquier rincón de su ciudad. Había decidido emigrar y venir a España en busca de un futuro mejor. Contó que en el vagón anterior a éste, en el que también habían pedido ayuda, la voluntad, a cambio de unos chupa-chups y como él mismo dijo, una simple moneda, aunque fuera de las “chiquitas morenas” que también les servían, una persona les había increpado y lanzado ofensas por estar pidiendo ayuda y quejándose de no tener trabajo. Nos contó que eran peruanos y se le saltaban las lágrimas mientras refería lo duro que había sido partir de su país, dejando allí todo lo que consideraba que formaba parte de su vida. Su esposa permanecía a su lado buscando la mirada de los pasajeros para hallar complicidad.
Escuchar a alguien
Sólo dos personas les estábamos mirando a la cara mientras hablaban. El resto del vagón, en el que podían viajar 40 personas aproximadamente, permanecía mirando a sus móviles sin inmutarse, ni tan siquiera levantar la cabeza.
La consideración y el respeto al prójimo, la compasión por el otro empieza por escucharle, por prestarle atención cuando te habla. Cuando lo hace desde el sentimiento y la educación más aún. Quizás no puedes ayudar con nada porque es verdad que en el metro se suceden las peticiones y es muy difícil dar respuesta a todos, aunque te gustaría hacerlo. Pero mirar a los ojos y escuchar al otro, no cuesta nada y eso sí podemos hacerlo todos. Que menos que regalar una mirada de comprensión, de compasión a quien te habla.
Cualquiera de nosotros, en su situación, querríamos que nos la dieran. Y ya pensando en que alguien pueda increpar a dos personas que con todo el respeto exponen lo que están pasando y pidiendo ayuda, y además cuestionándoles por qué vienen a España a trabajar y a pedir ayuda, eso se llama xenofobia. ¿Cómo es posible que alguien piense que le puede decir a otro que no puede venir aquí a trabajar o pedir ayuda? ¿Acaso los que somos españoles no tenemos derecho a viajar a Perú o a dónde nos de la gana para buscar un futuro mejor?
España, un país de emigrantes
Parece que muchos españoles no recuerdan ya que fuimos un país de emigrantes hace no mucho tiempo y nos fuimos a buscar fortuna a países de Sudamérica, dónde hay colonias de españoles muy importantes como Argentina, México, Venezuela, entre otros, o en países europeos como Alemania, Francia, Suiza, etc.
¿Cómo tenemos la memoria tan frágil? ¿Cómo hemos llegado a este nivel de deshumanización? Porque ya lo de ni siquiera mirar a alguien cuando esta pidiendo ayuda, y no levantar la cabeza del móvil como excusa, me parece demasiado.
Creo que en nuestro país sí que hay personas xenófobas, igual que las hay racistas. Hablaba con mi amigo Julio de esto, que además de ser un famoso exfutbolista y brasileño, también jugó en el Real Madrid y en el Real Valladolid además de en otros equipos de países europeos y americanos. Juntos reflexionamos sobre el racismo y llegamos a la conclusión de que hay dos tipos de racismo: el de protesta, que es la expresión de aquellos que se han sentido discriminados y apartados en los países en que vivían, como es el caso de la raza negra en países de mayoría blanca.
Los que se creen superiores
Por otro lado, el racismo que entraña en quien lo ejerce un sentimiento de superioridad. Este es el tipo de racismo que existe en España, ese que ejercen algunos que se consideran superiores a otros por razón del color de su piel, o de su etnia, y que aún en pleno SXXI, aunque parezca mentira, hay personas que se lo creen. Realmente son ese tipo de personas acomplejadas que adoran a su EGO y que se consideran mejores en todo y eso les permite insultar a un negro, a un sudamericano o a un chino.
A este tipo de racismo se suma cuando se ejerce en los campos de fútbol, unidos a la masa para provocar la sangre que ahora no se puede derramar y que antes se vertía en los coliseos romanos. Es el morbo de generar daño al máximo, humillando al adversario. Esto es lo que ocurrió en Mestalla, en el campo de fútbol del Valencia cuando empezaron a llamar mono y negro a coro, un grupo bien grande de asistentes al partido, a Vinicius. Es muy triste que esto suceda en nuestro país y que hasta que no es público y notorio y se convierte en un escandalo internacional, todos los responsables del fútbol en nuestro país estaban quitándole importancia. Incluso llegando a justificarlo en el carácter de Vinicius, que como algunos lo consideran un provocador, se lo merecía. Hasta ahí podíamos llegar, cada uno podrá tener el carácter que tenga o pueda tener, pero eso no legitima el insulto racista.
Pero lo más grave de esta cuestión es que hay muchas personas anónimas y desconocidas como los dos viajeros del metro, para los que el insulto recibido no tiene ninguna condena, ni nadie va a perseguir ni a investigar lo sucedido.
Le dije a la señora peruana que sentía mucho las ofensas que habían recibido y mirándola a los ojos le deseé mucha suerte para encontrar trabajo y que su futuro fuera espléndido. Mirándome fijamente a los ojos me dijo: “Muchas gracias mamita”.