Llego a las Ventas cuando están regando el ruedo. Buena señal pues quiere decir que está seco sin amenaza de lluvia como ha sucedido estos días de atrás.

Además, me parece un acierto que se recuerde a el Yiyo, muerto trágicamente en la plaza de Colmenar Viejo hace casi 40 años, exactamente el 30 de agosto de 1985.

Y me parece oportuno y justo este recuerdo para que se sepa, una vez más, que en los toros se muere de verdad, no como en las demás artes. Ya dijo Picasso y luego el escritor uruguayo Eduardo Galeano que “el arte es una mentira que dice la verdad”. Excepto en los toros, donde todo es verdad: el miedo, la emoción, la sangre, que sea siempre la del toro y la muerte que también sea la del animal, aunque no siempre, como después ocurrió con el torero segoviano de Sepúlveda, Víctor Barrio, y con el vizcaíno Iván Fandiño, el subalterno Montoliu, muerto en la Maestranza de Sevilla al banderillear, el canario Jose Mata o el portugués José Falcón, sin olvidarnos de Paquirri, primer fallecido de la época reciente.

Regando el ruedo.

En fin, cuando esto escribo desde mi localidad, ya han pintado los círculos de la plaza y veo desde mi delantera de andanada del 9 la puerta de cuadrillas enfrente o el portón de los sustos, como también se llama. Allí, El Juli, Talavante y Roca Rey, van a enfrentarse a toros de Victoriano del Río, que pastan en la sierra madrileña y que visitamos hace pocos días en su finca El Palomar. El trapío es impecable, esperemos que su comportamiento también. Y suenan los clarines y los alguacilillos aparecen ceremoniosos, la corrida va a comenzar. Con el recuerdo de el Yiyo y los demás toreros muertos, que Dios reparta suerte.

Luego, la corrida tuvo, como siempre, sus altibajos, si bien, hubo algo que se recrudeció y fueron las protestas exageradas y destempladas del tendido del 7, que irritó al resto de la plaza.

Ante algún crítico taurino que les de la razón a aquel tendido y que criticó a Roca Rey como tremendista y efectista, debo decir que también entre estos críticos hay efectismo y tremendismo ante un torero como Roca Rey, que tuvo una peligrosa cogida por arrimarse de verdad y, en definitiva, jugarse la vida.

Minuto de silencio al final del paseíllo

Creo, sinceramente, que frente a estos “doctores de la ortodoxia”, debo señalar que, sin embargo, ni ellos ni quienes les jalean creen que la Tauromaquia es un arte. ¿A quién se le ocurriría protestar acaloradamente en un concierto o en una obra de teatro? ¿Es que acaso hay que decirle al violinista o al pianista como tiene que tocar y al cantante de ópera o al actor dramático como tiene que interpretar? ¿Es que acaso los del 7 saben más de como torear que el propio torero que además de jugarse la vida quiere deleitarnos con su arte?

Como ha escrito François Zumbiehl, al respecto, “En este San Isidro, más que en otras ediciones, se vio claramente que una parte quiso imponer sus criterios al conjunto de la plaza, convirtiéndolo en mayoría silenciosa y tomando el papel de corifeo. El resto del coro sintió a veces la necesidad de rebelarse contra el protagonismo integrista de algunos para que no se desbaratara del todo la tarde. Interesante lucha de poder”.

Pues bien, esto se agudizó en la tarde de ayer y los “sabios del toreo”, pretendieron corregir a los toreros, especialmente a Roca Rey en su actuación llena de peligro y de valor ¿Cómo puede un verdadero aficionado despreciar todo ello con festivas palmas de tango y abucheos y que un experimentado crítico taurino diga que es el “único sector que mantiene con rigor lo poco de seriedad que le resta a una plaza que ahora valora más el efectismo que el toreo? Añadiendo que, “por desgracia el futuro es desolador”. Yo creo, sinceramente, que lo que es desolador es escribir estas cosas.