Ya es puntería que Pedro Sánchez defienda siempre lo más progresista del planeta. Resulta curioso porque precisamente ha defendido políticas contrapuestas en cosa de no mucho tiempo. Ya saben: él niega que haya mentido y prefiere explicarlo todo mediante un salvífico “cambio de opinión”. Ciertas modificaciones de criterio a lo largo del tiempo es algo razonable. Lo irracional sería no hacerlo, y habría que ser muy obtuso y fundamentalista como para considerar que tus inamovibles ideacas no pueden matizarse y enriquecerse con nuevas experiencias, nuevas lecturas, nuevas conversaciones, nuevos visionados… Sin embargo, es constatable que esos cambios de criterio fruto de la reflexión nada tienen que ver con cambiar de criterio al ritmo que te exijan esos aliados que, habías pregonado, jamás serían los tuyos. Cambiar de criterio para conservar el poder, como primera y apabullante aspiración, es no tenerlo. O dicho de otra forma: es tener tanto criterio… como vergüenza.
En cualquier caso, incluso aceptando el subterfugio, incluso aceptando el “cambio de opinión” como animal de compañía, ¿no causa asombro pavonearse de progresismo antes y después (entendiendo que lo pregonado antes difería por completo de lo proclamado después)? ¿Y qué me dicen de sus acérrimos entusiastas? No aludo de forma genérica a sus votantes, sino a esos aguerridos seguidores que nunca discreparán un ápice de aquello que en cada momento haya decidido su guía espiritual, y que afearán toda crítica que alguien ose hacer, por mucho que tal discrepancia sea formulada con educación, respeto y argumentos. A esos fogosos partidarios, siempre tan prestos al aplauso de su secretario general(ísimo), ¿no les causa rubor alardear de ser los más progresistas de la galaxia sideral cuando Sánchez defendió A, y cuando Sánchez pasó a defender B? Misterios.
Las grandes palabras están al alcance de cualquiera. Y en el escenario político, esos vocablos grandilocuentes resultan bien tentadores. Por eso conviene clarificarlos. Resulta aconsejable definirlos, no siendo que los embaucadores de todo pelaje y condición estén optando por un significante atractivo, al que han vaciado de contenido… o al que han llenado de un significado inapropiado y tergiversador. Por ejemplo, casi nadie renuncia a enarbolar conceptos tan sonoros como “libertad” o “democracia”, aunque quien esté enarbolando esos términos sea la quintaesencia de la opresión o el totalitarismo: en las siglas ETA va incorporada la “Libertad”; y la RDA tenía poco de “Democrática”, por mucho que llevase ese adjetivo en su propia denominación.
En nuestro actual contexto político, el “progreso” también padece un creciente manoseo: “coalición progresista”, “bloque progresista”, “fuerzas progresistas”… Con gran desparpajo se le asigna el etiquetado de progresista a cualquier cosa, siempre que venga con el marchamo de haber sido defendida por formaciones nacionalistas (nacionalismos periféricos de unas u otras CC.AA.) y por formaciones que se autoproclaman de izquierdas. Es una extraña lógica porque gradualmente se puede ser más y más nacionalista, como gradualmente se puede ser más y más de izquierdas, pero no por ello se desemboca en ser más y más progresista. Por obvia, evitaré ejemplificar esta evidencia.
En consecuencia, el progreso merece mejor consideración que esa sectaria instrumentalización a la que está siendo sometido. Y al igual que le tengo aprecio a los conceptos “libertad” y “democracia (y por eso me molesta que se manipulen, banalicen o invoquen en vano), le tengo aprecio al concepto “progreso”. De hecho, pertenecí a un partido que lo llevaba en su nombre (Unión, Progreso y Democracia). Junto a otras concreciones y explicaciones más exhaustivas, ya en su Manifiesto Fundacional se anotaba: “Ser progresista es luchar contra las tiranías que pisotean la democracia formal, así como contra la miseria y la ignorancia que imposibilitan la democracia material”. Por eso UPyD prefería juzgar lo progresista o reaccionario que deparara una medida concreta, renunciando al infantilismo de apoyar o rechazar, a piñón fijo, si la propuesta había surgido de la “izquierda” o había surgido de la “derecha”. Añadía el reseñado Manifiesto: “A nosotros nos gustaría ser capaces de aprovechar los elementos positivos de unos y de otros, pero sin tener que cargar con sus prejuicios y resabios reaccionarios, que existen en los dos campos”. Como se ha explicado anteriormente, la lógica empleada en nuestros días discurre por otros derroteros.
Son bastantes los temas sobre los que cuestionar su potencial progresista, a pesar de que así hayan sido jaleados, y a pesar de que sus defensores se autoproclamen como los más progresistas del horizonte. Aludamos a un caso: la posibilidad de aprobar una amnistía para los condenados por el proceso de secesión en Cataluña (y no sólo, porque Junts también va a negociar que la amnistía incluya a Laura Borràs, expresidenta del Parlament, y condenada por corrupción; ya puestos, oye, barra libre). Si no diera grima, resultaría hasta divertido observar las genuflexiones que algunos sesudos analistas ya están haciendo, para explicar que la amnistía sería la repera limonera. La amnistía (o el “alivio penal”, como apunta el sonrojante eufemismo que también están experimentando) vendría a ser el no va más del progresismo. Qué cosas toca escuchar.
Me cuesta ver el progreso en que se vulnere la división de poderes (poder ejecutivo-legislativo suplantando al poder judicial) y en que se pisotee el principio de igualdad (no termino de atisbar lo benefactor de que haya personas ajenas a la ley, mientras que al resto de la ciudadanía le corresponde ajustarse a ella). Y si ya los indultos individuales tienen su aquel, imagínense la amnistía, que además de perdonar la pena, de forma retroactiva borra también el delito cometido. La amnistía avalaría el racarraca de los Puigdemont de turno: que España es un régimen franquista, represor… Es decir, la amnistía erosionaría, y mucho, la legitimidad de nuestro Estado democrático de Derecho. Al parecer, esas erosiones ya poco importan. Cuando llegó al Gobierno, Pedro Sánchez puso en marcha una secretaría de Estado para combatir el mendaz relato que el separatismo propagaba en el exterior. Esa secretaría de Estado de la España Global, cada vez más descafeinada, aún sigue vigente, y aún dice “defender y proyectar la reputación internacional de España”; pues bien, la amnistía demostraría cuáles son las prioridades.
Recientemente publicaba Manuel Aragón una fundamentada tribuna (“La Constitución no permite la amnistía”, El Mundo, 29-8-2023). Junto a las explicaciones jurídicas y políticas en que sustentaba su tesis, el emérito catedrático de Derecho Constitucional concluía que las amnistías adquieren su sentido cuando estamos ante un marco legal injusto (no lo es el emanado de una Constitución democrática). De ahí que las amnistías aparezcan en las transiciones de la dictadura a la democracia, o de ahí que aparezcan en los procesos de paz y concordia, cerrando las consecuencias de una guerra civil. Ambas circunstancias concurrieron en la amnistía de 1977, pero desde luego que tales circunstancias no se darían en la amnistía al procés.
Que ciertos despropósitos sean tildados de progresistas sólo puede explicarse desde aquel clásico diálogo que Lewis Carroll contempló en Alicia a través del espejo. El personaje con forma de huevo mostraba pocos escrúpulos: “Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty en tono desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos”. Esa chulesca arbitrariedad no convenció a Alicia: “La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes”. La tajante réplica de Humpty Dumpty resulta desalentadora, pero desde luego que también descriptiva de lo que tantas veces acontece: “La cuestión es saber quién manda. Eso es todo”.
Por eso señalo que catalogar de progresistas algunos desbarres reaccionarios puede explicarse desde esos parámetros. Quien manda maneja el progresómetro con destreza. El sofisticado artilugio no admite falla: será progresista cuanto defienda Pedro Sánchez, y será progresista todo aquello que permita a Pedro Sánchez estar al frente del Gobierno. “Eso es todo”.