Nuevamente doy un salto geográfico importante y me traslado al Oriente Próximo para analizar, a día de hoy, la situación en aquella zona que tuve oportunidad de conocer personalmente en 1991 por invitación del Gobierno de Israel, después de organizar en mi condición de consejero de Cultura de la Junta de Castilla y León, en el Castillo de la Mota de Medina del Campo, un encuentro entre las tres culturas, judía, cristiana y musulmana, que al final se quedó en el encuentro entre dos, cuando los musulmanes intentaron vetar la presencia de los judíos, algo que obviamente no aceptamos.
Por cierto, en representación de la comunidad Cristiana asistió el entonces obispo de Tánger, el franciscano riosecano Carlos Amigo, con el que trabé una sincera amistad y he de reconocer que ha sido una de las personas que más me han impresionado en mi vida.
Y como decía, visité Tierra Santa en plena intifada y tuve oportunidad de correr por la Vía Dolorosa de Jerusalén y de conocer la situación del Estado de Israel, incluidos los Altos del Golán de la mano de Samuel Adas, quien había sido el primer embajador de Israel en España y que en función del cargo que ostentaba en el Gobierno israelí fue mi anfitrión durante mi estancia.
Pero no voy a dedicar mis comentarios a mi experiencia personal de hace 30 años, sino a la situación que en el momento actual se vive en Palestina y a la información que nos llega desde allí, obviamente en versiones muy distintas según su procedencia. Sin embargo, hay datos incuestionables que al margen de posiciones ideológicas, hay que aceptar. El primero, que en toda la región, mal que a muchos les pese, Israel es la única democracia en toda la región, desde que en 1947 las Naciones Unidas decidieron crear el Estado de Israel en un territorio que ocuparon hace miles de años, por mucho que algunos se empeñen en inventarse un supuesto estado palestino anterior.
Ciertamente, la coexistencia entre el Estado de Israel y sus vecinos palestinos no ha sido fácil en ningún momento, y ha estado jalonada de agresiones palestinas respondidas de forma contundente por las autoridades judías, conscientes de que sólo una respuesta de estas características podía garantizar la supervivencia del Estado judío.
Y con estos precedentes llegamos a la madrugada del fatídico 7 de octubre pasado, en la que sin previo aviso, y sin que el servicio secreto israelí, el tan temido Mosad lo detectara, los terroristas de Hamás que desde hace años tienen sojuzgada a la población civil palestina, iniciaron una invasión por tierra, mar y aire del territorio de Israel, disparando contra todo aquello que encontraron en su ataque.
La primera matanza corrió a cargo de un grupo de terroristas que descendieron de los cielos a bordo de unos artilugios indetectables a los radares convencionales y ametrallaron a los miles de jóvenes que asistían a escasos kilómetros de la frontera a un concierto por la paz, en el que perdieron la vida varios centenares de jóvenes, secuestrando a muchos de ellos.
Al mismo tiempo, las fuerzas terrestres echaron abajo diversos tramos de la valla que separa ambos territorios, entrando en los kibutz más cercanos a la frontera, asesinando de forma indiscriminada a mujeres, jóvenes, ancianos y niños de la forma más cruel que uno pueda imaginarse, salvo en aquellos casos, al parecer más de 200, que fueron secuestrados y que a día de hoy siguen sin aparecer. Estas actuaciones eran acompañadas por el lanzamiento de miles de cohetes sobre territorio israelí, afortunadamente la mayoría de ellos interceptados por la cúpula de hierro judía.
Como era de esperar, inmediatamente el primer ministro de Israel declaró el estado de guerra y constituyó un Gobierno de Emergencia para hacer frente a la situación y movilizó a más de 350.000 reservistas, planificando una invasión terrestre del territorio palestino después de pedir a la población civil palestina que se desplazara al territorio del sur, pues la invasión terrestre iba a ser precedida de un intenso bombardeo de la zona norte. Ciertamente, las 24 horas para desplazar a un millón de palestinos no era suficiente, pero la realidad es que han transcurrido tres días y salvo alguna incursión puntual, la invasión no ha comenzado.
No hace falta ser un experto en estrategia militar para entender esta exigencia del Gobierno de Netanyahu, pues Hamás no es un ejército convencional y sus integrantes pueden confundirse fácilmente con la población civil por lo que la recomendación judía parece razonable, máxime cuando los servicios secretos israelíes estiman en más de 500 kilómetros de túneles los escondites de los terroristas, en los que posiblemente se esconden ellos, su armamento y buena parte de los secuestrados.
Y mientras tanto, en Europa, y muy particularmente en España, una parte del Gobierno condena el atentado terrorista mientras la otra parte acusa a Israel de crímenes de guerra, y pide que el primer ministro israelí sea juzgado por el Tribunal Penal Internacional, poniendo en marcha iniciativas legislativas a tal efecto, al tiempo que en España y en buena parte de Europa, se suceden las manifestaciones izquierdistas y los atentados terroristas en solidaridad con los terroristas palestinos y el presidente Biden anuncia que no dejarán solos a los israelíes y desplaza el mayor portaaviones de la flota americana a las aguas próximas al territorio de Gaza, después de consultar con los líderes europeos excluido él presimiente Sánchez, las medidas a tomar.
En pleno conflicto bélico, hay una explosión en el jardín de un hospital, e inmediatamente los medios progresistas españoles criminalizan al gobierno judío, y al final parece que tal explosión fue producida por un error de los terroristas. Es evidente que Israel no ganaba nada bombardeando un hospital, aunque en el cementerio próximo al hospital se detectó una base de lanzacohetes, y al parecer, buena parte de los túneles están debajo de edificios que en un caso de guerra deberían estar libre de los bombardeos.
Pues con todos estos datos, la izquierda española, ministros incluidos, sigue acusando de genocidio al gobierno judío, como si fueran estos quienes hubieran iniciado el conflicto, como si los terroristas de Hamás hubieran advertido de su ataque a los jóvenes asistentes al concierto por La Paz, o a los pacíficos judíos que vivían en los kibutz próximos a la frontera. Y para terminar, una pregunta final: ¿Quién comete el genocidio, quien sin previo aviso lanza miles de cohetes sobre la población civil israelí, asesina indiscriminadamente a cualquier judío que encuentra sin tener en cuenta su sexo o edad, y tiene como finalidad acabar con el Estado de Israel, o quién se defiende y avisa con días a la población civil antes de iniciar la invasión del territorio gazatí?, pues mucho me temo que ésta no será la última vez que hablemos del tema.
Hasta el viernes que viene.