Siempre me he identificado con las amapolas, que nacen donde quieren, florecen a su libre albedrío en campos yermos y viven una vida corta si se les arranca el nexo que les une con la tierra, esas tierras de barbecho, sin arar, donde ellas ponen el color, la estación de las romerías y las flores. Amapolas rojas de sangre, de vida, tan ligeras, leves, eternas, tan generosas.
Pienso ahora en aquella amapola única en el tejado de enfrente de mi casa, sin tierra, en el aire, ofrecida a los vientos como una bandera de victoria en plena pandemia, representando la vida, la resistencia en un tiempo convulso, aquellos tiempos del cólera, del miedo, que cambiaron el mundo, que probablemente nos hicieron peores.
Amapolas de primavera que florecen ahora, en este noviembre de calor, en consonancia con miles de corazones inflamados, heridos, encendidos de rabia, de impotencia, en un mundo loco donde nada está en su sitio o nada es lo que parece. Porque las amapolas no son flores de noviembre; nunca anunciaron el frío ni la caída de la hoja, ni estos caminos ya tapizados de hojarasca, rastro húmedo de un verano que nunca volverá. Pero ayer las vi floreciendo bajo mis pies, junto a la lavanda ya desnuda de perfume.
Amapolas que desafían las leyes hasta ahora conocidas y la memoria, si las amapolas florecen después del invierno, mensajeras de los días largos y la estación del polen, el reino del sol. Amapolas de otoño traicioneras con lo aprendido, quizás acordes con quienes traicionan la libertad, la igualdad, su propia palabra, sus propias promesas, empuñando una rosa roja vendida al mejor, al peor postor. En qué manos nos ponéis.
Amapolas en un mundo cabeza abajo, en esta España vacía y revuelta donde la derecha toma las calles y llama a la huelga general y lucha por los derechos más elementales en un país donde la separación de poderes quedó secuestrada por quienes dicen defender, representar al pueblo, donde los jueces serán juzgados, donde la justicia será sometida al gobierno del desgobierno. Este otoño, este delirio.
Amapolas de noviembre que no sé si se ponen en pie de guerra resucitando de entre los muertos o quizá simplemente aparecen porque las amapolas florecen en noviembre, contra todo pronóstico, y no lo sabíamos. Quizá no sea el mundo el que esté al revés, quizá sea este desorden su orden natural y sea yo quien no haya sabido verlo, como no sabía que las amapolas quisieran vestir este triste otoño de primavera.