Desde el mes de agosto venimos observando cómo las tiendas, y supermercados, nos van adentrando en la Navidad a la que dan el pistoletazo de salida tras el "viernes negro" en el que hacen su agosto en noviembre, para reiterarlo en diciembre; pero, ahora ya, sí que sí, estamos entrando en la Navidad, una fiesta de consumo y familiaridad en la que celebramos el nacimiento del Niño Dios y la venida de un Salvador.
 
Para los que no tienen fe, da igual, se apuntan al carro del relax, descanso y festejo, por más que para ellos no tengan nada que festejar, en cualquier caso a todos se nos engrandece el corazón y sentimos mucho más las cosas, unas para recordar y sufrir, otras para disfrutar con la vida y todas para sentirnos mucho más cerca unos de otros.
 
Por más que la fe nos pueda marcar un modo de sentir la Navidad, todos sentimos la necesidad de estar con la familia y engrandecemos los sentimientos de solidaridad, amor y buenos sentimientos, por lo que, de uno u otro modo, son fechas que merecen la pena ser vividas.
 
El año pasado falleció mi padre por estas fechas y el otro día le dije a mi madre de poner el misterio, se echó a llorar por la falta, pero sintió paz al ver el trío, padre, madre y niño, puestos en el salón de su casa, pues aún cuando en estos días se siente la falta del ser querido, la imagen del Niño Dios acerca los corazones y los sentimientos de una vida mejor.
 
Es sorprendente y doloroso ver cómo los políticos pretenden manipular también la Navidad y proponen desear "felices fiestas" escondiendo el deseo que conforma el momento de "feliz y santa Navidad", lo encubren en un intento de no dañar a los que no tienen la fe en Cristo, pero si yo tengo que aceptar y respetar otros credos, no entiendo el motivo o causa por el que tengo que ocultar o encubrir el mío y no puedo pedir el mismo respeto y aceptación que yo concedo a los demás.
 
Venimos de celebrar el día de los muertos o Halloween que nada tiene que ver ni con nuestra cultura, ni con nuestra civilización, ni con nuestras creencias y no solo lo respeto, lo acepto, sino que también, en alguna medida, disfruto, por lo que no comprendo que en Navidad tenga que ocultar el Nacimiento del Niño Dios y hablar de "fiestas" escondiendo lo que se festeja.
 
La obsesión por el laicismo, que no es lo mismo que la aconfesionalidad, se está imponiendo, de forma que se intenta implantar una cultura sin religión o laica, frente a una cultura que no opta por ninguna confensión, admitiendo todas ellas, para añadir nuestra Constitución que, pese a esa aconfesionalidad, se mantendrá una especial relación, históricamente forjada en España, con la religión católica.
 
Es una forma más de alterar el criterio constitucional e imponer un criterio distinto al establecido en la misma, así como una falta de religión y perseguir, poco a poco, a los que mantienen una fe católica que, guste o no, es la única religión que no sólo respeta al resto, sino que mantiene la igualdad de los credos, ideologías, razas y sexos, pues en ella todos los hombres estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y somos hermanos en Cristo, mientras que otras religiones minorizan a la mujer que es considerada al servicio del hombre y/o de menor grado que este y que, en pleno siglo XXI, mantienen la sumisión y degradación sexual de la mujer ante el varón.
 
No entenderé nunca que en el país en el que nació el Derecho de Indias, germen de los Derechos Humanos y de la igualdad entre los seres humanos, que preconiza y propone la libertad del hombre, la igualdad y el amor al prójimo, nos queremos hacer adalides de la lucha contra la fe y eliminadores del catolicismo para implantar una ateísmo militante que nada aporta al ser humano y que en nada mejora en la sociedad en la que elimina los valores de amor, respeto, solidaridad, igualdad, pues no tienen un basamento, más allá del cultural, para ser mantenidos, quedando de este modo en el interés personal o la utilidad que de los mismos pueda obtener.