Salvando el pequeño detalle de que uno firmó lo que escribía y otro firma sin escribir, nos encontramos ante dos autores de altura: se estima que Chesterton medía 1´93, y Sánchez andará por el 1´90. En el caso del segundo, mucha talla para tan escasa estatura (moral).
En uno de sus relatos (“Las estrellas errantes”), el británico anticipó la que sería una habitual forma proceder en Moncloa: “Ya a usted se le había ocurrido la sutil idea de esconder las joyas verdaderas entre el resplandor de las joyas falsas (…)”, plantea el padre Brown, encontrando solución al misterio de aquellos diamantes africanos que habían sido robados. Da igual pisotear principios básicos del Estado de Derecho, deteriorar el funcionamiento parlamentario, erradicar la más básica transparencia, quedar sometido a la extorsión, sacrificar el interés general… No importa. Lo veraz y constatable siempre será encubierto por alguna oportunista bisutería. Por entendernos: si el PSOE regala a Bildu la alcaldía de Pamplona (“joya verdadera”), las declaraciones de la exalcadesa sobre el fregado de escaleras se retorcerán con tanta sobreactuación (“joya falsa”), que resulta que lo primero pasará a estar justificado. Es una práctica trilera, pero el engranaje propagandístico acabará propiciando que los brillos de la baratija no permitan advertir la gravedad de la alhaja auténtica.
Chesterton desplegó con maestría la paradoja. Y no me digan que no es paradójico que Sánchez sermonee de continuo con combatir a la ultraderecha, y a la vez siga arrastrándose ante los supremacistas de Junts: un partido que vendría a ser nuestra Liga Noreste, envidia de los Bossi de este mundo (recordemos que el propio Sánchez manifestaba en 2018 que Junts encarnaba posturas xenófobas, y consideró que Torra era “el Le Pen de la política española”). Pues bien, entre otras flagrantes concesiones, los votos de Junts también han propiciado que el Gobierno delegue a la Generalitat las competencias de inmigración. Repitamos: ¡¡¡de inmigración!!!
Chesterton y Sánchez frecuentan, aunque con desigual éxito, el humor. No hay más que ver lo graciosííííííísimo que estuvo Pedro Sánchez cuando presentó su último libro (sirva “libro” como hipérbole y valga “su” como eufemismo). Al presidente no le gusta la entrevista periodística. Él prefiere el ejercicio masajístico y laudatorio, y la presentación de su “Tierra firme” no escapó a esos formatos de sumisión y servidumbre. Para ejemplificar: el ecuááááááánime Jorge Javier Vázquez dejaba el balón botando con aquello de si Sánchez acudiría a Supervivientes. Y el agudííííííísimo presidente remataba a gol, proponiendo localización para grabar el programa: “Lo hacéis en El Salvador, como tenemos verificador”, soltaba, con pareado, desembocando en una sonora carcajada, que era muy festejada en la platea. Ese sin par gracejo es de mucho reír, claro. Y no sólo es una burla que el partido del Gobierno ande pactando con un prófugo de la justicia y que semejante escarnio cuente con mediadores internacionales. A la bufonada se une que el propio presidente del Gobierno ya se regodea del engendro, y además se añade que los auditorios prosanchistas aplauden con alborozo la afrenta.
La legislatura que acaba de arrancar es una ópera bufa sin gracia (literalmente desgraciada), y se agolpan los giros de guion. No es que quepa sorprenderse de estas desquiciadas derivas. Estaban más que anunciadas (desde esta misma tribuna, en artículos precedentes, se han abordado). Sin embargo, aunque no haya lugar a la sorpresa, sí es preciso recordar lo más triste: hay chantajes que cuentan con la complicidad del chantajeado, y donde el pago al chantajista se realiza con el patrimonio de todos: patrimonio no sólo económico, sino también institucional, cívico y democrático.
Voy acabando. Chesterton trabajó con destreza la biografía; y Sánchez ya lleva dos volúmenes de memorias: ¡¡¡prepárate, Gilbert Keith!!! A su vez, el británico afrontó con magisterio la ficción, y no con menor solvencia maneja Pedro Sánchez la mentira. Desde luego que la ficción y la mentira nada tienen que ver. Por eso esta columna ha abordado paralelismos... pero paralelismos divergentes, o divergencias disfrazadas de similitud. Quien te cuenta ficciones no te engaña; quien te cuenta mentiras, lo pretende. La ficción, por fantasiosa que pueda presentarse, ayuda a encarar mejor la realidad. La enriquecedora ficción te aporta herramientas para afrontar, con más frescura y perspectiva, las vertientes cotidianas, las circunstancias del día a día. No es el caso, por supuesto, de la mentira. La ficción arroja luz; la mentira busca oscurecer.
Contar historias es algo bien ligado a nuestra condición humana. Quien trabaja la ficción puede ser un narrador. Quien trabaja la farsa y el simulacro se comporta como Pedro Sánchez. Este juicio en modo alguno es un insulto, sino una verificable descripción de conductas. Hechos son hechos.