Tras la sonrisa de aquella persona que pareciese estar siempre jovial, que gusta de gastar bromas, de histrionizar la situación de forma que resulte llamativa y jocosa, existe una persona que sufre, que se siente sola, que precisa de un cariño que no siente recibir y que observa su futuro de forma muy triste y fracasada, pero sigue con la sonrisa, con la imagen de que no pasa nada, de que puede superar todos los avatares sin que le perturben más allá de lo imprescindible.
 
Es una persona que aborda todos los retos que la vida le presenta con ilusión, empuje, ansia de lograr los máximos objetivos y siempre resulta vencido, traicionado, por quienes están convencidos de que le falta ese punto truhán que le permita vencer, pues su señorio está por encima de la victoria, comete siempre el error, bendito error, de poner por delante de los logros y de las victorias a las personas, los valores, los principos y los ideales.
 
El tiempo es el único elemento que le hace mella, el único que le hace ver que está próximo su final, que sus metas ya han sido conseguidas o poco le queda por lograr en ese profundo e inmenso fracaso que ha sido su caminar por las sendas de la vida, en la que no siente el reconocimeinto y el apoyo de nadie, ni de los propios, ni de los extraños, en un sentimiento profundo de haber perdido.
 
Él se va, se va marchando y con él se va olvidando un modo, una forma de hacer las cosas, a buen seguro con errores, con inmensas meteduras de pata, pero siempre con un gesto amable, siempre señoríal y seguro de que hace lo que puede, sin ser más ni menos que nadie, pero sí diferente, con la voluntad cierta de hacer crecer a los que se acercan a él y no dañar más de lo imprescindible al que se enfrenta, permitiendo siempre una salida digna al adverso, con la intención de aprender, de crecer y de superar las adversidades propias y ajenas, en un trabajo en común.
 
Se pierden los valores por los que se defiende la familia, el clan, el núcleo de paz, sosiego, de ilusión y de alegría que supone esa célula en la que eres tú mismo y creces con los que son tuyos, se olvidan los principios de lealtad, esfuerzo, prudencia y sentimiento que hacen crecer una sociedad más allá de los logros que se puedan obtener, en una fuerza ética y moral que de otro modo no se alcanza.
 
Es un animal en extinción que está abandonando el ecosistema y que, por más que pretende transmitir ese modo de ser y actuar, se encuentra con la barrera del onanismo intelectual, moral, de quienes sólo están en pos del dinero, del placer, de su ego, en definitiva, en una sociedad que, habiendo perdido los objetivos profundos, por desidia, por acomodación, por asunción de los mantras de las ideologías que se ocultan tras determinados sentimientos y presencias, por preocuparse más de lo que parece que de la sustancia de las cosas, se echa en brazos de cualquier destripaterrones que le hace promesas, por más que todos saben que no las cumpirá o que son una simple farsa que tiene una imagen placentera y loable.
 
Quedan pocos ejemplares, son incomprendidos o incluso temidos, pues son aquellos que cumplen su palabra, no se amilanan ante la adversidad y afrontan con sincera pasión las cosas que le sirven de pasión y en las que perderán más de lo preciso; pero, solo ellos son capaces de sacrificar tanto por tan poco, por ello no sólo son considerados locos, sino se busca su daño y sufrimiento, pues generan una envida patológica que genera un miedo que sean eliminados sin pudor, pese a saber y ser conscientes de que son la sal y condimiento del plato en el que se encuentran.
 
España se hizo, creció y se convirtió en el país más grande del mundo por ese tipo de personas que son capaces de cruzar un mar que se consideraba alcanzaba el fin del mundo, afrontar las gestas más importantes que cualquier ser humano hubiere sido capaz de desafiar, con muchos errores, con grandes fracasos, pero con una sustancia que ningún país, ninguna nación, una vez superada Roma, ha alcanzado civilización alguna. Y, ahora, esa grandeza no sólo se perdió, sino que, por los minuscapacitados intelectuales que nos gobiernan, es objeto de crítica, desdén y destrucción.
 
No perdamos la esencia de estos seres que se están marchando, no eliminemos los principios, los valores, la forma de actuar y de ser, para inculcarlo, cada vez más, a quienes nos suceden y volvamos a ser grandes, o al menos, personas con sustancia.