La muerte, la tragedia, se han posado sobre la ciudad de Toro en la antesala de su alegría, su Carnaval, su querido febrero. En esta semana de luto se iba de repente el martes Óscar, su lotero, quien tantas sonrisas ha repartido no sólo con sus décimos, sino con su alma carnavalera, su desparpajo, ese humor que tienen en el ADN los toresanos forjado durante siglos cuando llega febrero. A Óscar se le paró el corazón, rompiendo el corazón de Mely, su eterna compañera en el amor, en la vida, y de todos los que le querían. No llegaba a los cincuenta. Demasiado temprano, tan pronto.
Apenas un día después, la joven Claudia, una niña de 17 años que apenas comenzaba a vivir, fallecía anoche atropellada en una de las travesías de la ciudad. Esa ciudad pequeña, que tanto amo, a la que se le paralizaba de nuevo el pulso, la vida, a la que se le escogía el corazón.
Toro llora y yo lloro con ella, con mis amigos, con todos ellos, porque en las ciudades pequeñitas (a mí me gusta llamarlas pueblos, si mi Zamora es un pueblo grande, con el orgullo de la pertenencia a un sitio, una prole, una tribu), cuando alguien muere, y más si es alguien joven, algo se detiene en el latido colectivo.
El Ayuntamiento de Toro ha decretado tres días de luto, de duelo, y sus banderas lucen a media asta y crespones negros inundan Facebook y las redes sociales de los más jóvenes. Porque cuando en una ciudad pequeñita se nos van los jóvenes todo es negro, y el corazón duele, y se rebela, y el viento no agita las banderas, y las campanas de las iglesias y de la Torre del Reloj suenan más solemnes, más tristes, y el tiempo y la tristeza pesan como el plomo, y no pasan, y todo se detiene.
Es mi España Vacía y pequeñita, donde el capital humano es vital para la supervivencia, para el futuro; donde los corazones aún resuenan contra el silencio; donde los abrazos transmiten verdad y los ojos ternura y lágrimas; donde los vecinos se saludan y se cuidan, se conocen por su nombre, se quieren, se alegran, se duelen con el común.
Es Toro, una ciudad de vino y alma, donde los sentimientos afloran y escriben lo cotidiano, donde un Ayuntamiento se viste de luto por sus hijos, donde hoy todos son hijos que quieren consolar a unos padres.
Esta España Vacía pero generosa, llena de solidaridad, de esperanza, que no pide, que no cuenta, que se entrega, que abre los brazos, que lo da todo aún sin tener nada. Esta España pequeña y mía donde el dolor no queda desdibujado entre centenares de esquelas, entre millones de habitantes que no se miran a la cara ni para darse los buenos días, que no conocen casi ni sus nombres.
Quizá muchos no sepan dónde está Toro, donde cae Zamora, que ocupan el centro del mapa de mi alma. Pero hoy Toro llora y yo lloro con ellos. Y este dolor me recuerda que la España Vacía, esta tierra pequeñita y olvidada por tantos, es la que tira de mis raíces, de lo que soy, con todas sus fuerzas, desde la raíz. Tan vacía como llena de amor.