En este cotidiano ejercicio de la observación del mundo que me rodea, ha habido un comportamiento, grave a mi entender, que no solo me ha llamado la atención, sino que, además, ha afectado muy de cerca a un miembro de mi familia. El pasado domingo se examinaron un montón de chicos y chicas, generalmente jóvenes, de unas oposiciones para funcionarios de prisiones. Durante las pruebas saltaron las alarmas al oír los examinadores y todos los que allí se encontraban, cómo en un móvil se iban cantando las respuestas a las preguntas del examen. Este “fallo” de la tecnología pudo desvelar que un grupo de opositores estaban conectados con “pinganillo” con el exterior para que les fueran cantando las respuestas. Evidentemente un comportamiento como este, una vez descubierto, y con posibilidades de que estuviera presente en más aulas y edificios donde se encontraban los cerca de 10.000 opositores, debería llevar a su anulación y a una exhaustiva investigación de los causantes de la filtración de las preguntas.
Esto me hace reflexionar sobre la falta de escrúpulos que inunda nuestra sociedad. Claro está que cómo voy a “reñir” (si se puede decir así) a estos estafadores, oportunistas, mentirosos, tramposos, si el “jefe”, el presidente del gobierno tiene el título de Doctor con una tesis copiada, hecha por otros y defendida en un tribunal amañado, compuesto por amiguetes. Es decir, nuestro presidente tiene un título adquirido fraudulentamente a consta del sudor de otros y el beneplácito de los amigos. Así yo también soy Doctor y lo que me den. Podemos seguir con más ejemplos de nuestro insigne mentiroso doctor que constará en los anales de la historia como “escritor de libros que no ha hecho” o “rellenador de urnas ocultas detrás de cortinas” para salir elegido. Y todo ello sin castigo alguno. Lo normal hubiera sido que se le despojara del título de doctor, que se le prohibiera vender libros con su firma o haberle impedido seguir en este juego político de urnas y elecciones. Sin embargo, ni una pena, ni un castigo y menos sin remordimientos. Por supuesto, de dimisión, ni hablar. Lo que a otros nos llevaría a una deshonra, un deshonor, a escondernos debajo de las piedras por vergüenza, a él, al que nos gobierna, ni un atisbo de rubor. Todo lo contrario, creyéndose en posesión de la verdad todavía nos da lecciones y, si no seguimos sus pasos o no pensamos como él, somos de la “fachosfera”. El mundo al revés. Vivimos en un lugar donde el delincuente es liberado, el traidor, amnistiado; el policía, juzgado; el juez, vilipendiado. Donde se sustituyen cargos por voluntades. Te nombro jefe de un departamento a condición de que hagas y digas lo que te mando. Si no me sirves, te sustituyo por el servil. Si la ley no me permite atropellar voluntades, la cambio con la aquiescencia de los estómagos agradecidos.
La trampa se ha instalado en nuestra sociedad y los éxitos se alcanzan con el engaño y el fraude. Aplaudir al honrado no está de moda y el hombre cada vez es más lobo para el hombre. Repito una frase que dice muchas veces una amiga: “Esto es un sindios”.
Es cierto que esta es la sociedad que nos ha tocado vivir, pero también es cierto que, frente a todos estos corruptos, inmorales, fraudulentos…, existen otros muchos que viven su vida con la guía de la virtud, la verdad y la integridad personal. Muchos que cada día trabajan honradamente, viven con honestidad y hacen de su entorno un lugar para vivir felizmente, ellos y los que les rodean. Personalmente procuro luchar por encontrarme entre estos últimos y, desde luego, estoy profundamente orgulloso de que entre los opositores que no estaban haciendo trampas, porque su único bagaje era el estudio y el esfuerzo, estuviera un miembro de mi familia, nada más ni nada menos que mi hijo. Orgulloso de su honradez y honestidad.